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La música del Corazón (Bao: El monje lego)

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       Bao, un monje lego recién llegado al monasterio colgante de Datong, preguntó a su maestro Chang:
       — Maestro: ¿por qué estoy algunas veces triste y otras alegre?    
       — Hijo mío, eso es porque no has afinado el instrumento del corazón.
       — No lo entiendo, Maestro Chang. ¿Acaso dentro del corazón puede habitar la música?
       — Cierto. El Mundo lleva dentro de sí armonía y desarmonía y nosotros igualmente, al ser partes de él. ¿Pero cómo saberlo cuando somos tan ignorantes? Vivimos sin pensar en que vivimos y eso no es bueno, pues de dicha ignorancia nace la desarmonía, esa que tú a veces sientes.
       — Maestro: a mí me parece todo eso un pensamiento demasiado confuso.
       — Ya te diré, Bao, como habrás de aclararlo. Pero primero vayamos a la fuente del problema: el instrumento con el que es posible interpretar la música del Mundo, pues sabido es que el Universo está hecho de música que podamos tocar haciendo vibrar las cuerdas de nuestro corazón.
       — No siento yo que mi corazón tenga cuerdas por dentro.
       — Pues las tiene, lego Bao. Son sutiles, pero aún así puedes tocarlas.
       — ¿Con las manos Maestro, supongo que no?
       — Desde luego que no; en eso aciertas, monje. Que dentro del corazón no hay cuerdas que vibren, más aún así, éste es capaz de vibrar.
       — Querido Maestro Chang: mi confusión no sólo disminuye, sino que al contrario va en aumento.
       — Paciencia, lego mío, que andando se llega al final del camino; que si el camino tiene un inicio, seguro habrá de tener también un final.
       — En ello estoy, Maestro, pues quiero saberlo todo.
       — En eso no llevas razón, monje Bao, que ni yo mismo conozco ese Todo al que te refieres. Pero prosigamos. Atiéndeme, lego. Los instrumentos y la música que con ellos se interpreta no fueron hechos para emocionar al corazón, sino que todos ellos no son más que un pálido reflejo de las notas que éste les otorga y por el cual cobran vida; pues de no existir la música del Corazón ninguno de ellos habría visto nunca la luz.
       — Ahora, Maestro Chang, mi perplejidad aumenta más, aunque empiezo a ver algo de claridad a lo lejos.
       — Lo sé bien, lego, pues pronto llegarás al final de ese camino del que te hablado y podrás obtener la respuesta que buscas. Escúchame con atención. Cada instrumento de cuerda  — tomemos, por ejemplo, uno como el yangqin— consta de una base que es su caja de resonancia y sobre ella se extienden las cuerdas metálicas de distintas longitudes, que vibran y entregan diferentes notas al ser accionadas por las manos del músico.
       — Cierto, Maestro, lo he visto hacer. ¿Pero qué tiene eso que ver con mi corazón?
       — ¡Ay, incrédulo monje lego! Aún no has llegado al final del camino y sigues dudando de mis palabras.
       — Maestro Chang, yo sólo quería decir...
       — La ignorancia te ciega. Lo tienes dentro de ti mismo y no lo sientes.
       — El corazón del ser humano es el instrumento más delicado de todos cuantos existen. Y sí, tiene su caja de resonancia que mueve al cuerpo entero y sus cuerdas hechas de sutiles emociones, cuyas notas son los sentimientos, pueden entonar tristes o alegres melodías, todo depende de la mente de la persona que las toca: el músico quien compone e interpreta la melodía.
       — Ahora comprendo por fin, Maestro Chang, por qué a veces estoy triste y otras alegre.
       — Pues te diré algo más, monje Bao. Para que tan bello y delicado instrumento suene bien es preciso que sea afinado con devoción y empeño, y eso sólo puede lograrse cuando nuestra mente se halla en silencio. Justo ahí, en el silencio de esa maravillosa caja de resonancia, yace la música del Corazón: una música que ya no es música, un sonido carente de sonido, la huella del vacío que todo lo inunda.
       — Gracias, Maestro Chang, por haberme dado ese conocimiento; ya que ahora que no entiendo nada, Todo lo entiendo.
       — Así de simple en su complejidad —contesta finalmente el Maestro— es el camino de la Iluminación, que si somos constantes en su búsqueda, ya jamás nos abandonará.