compañeras del ayer,
se niegan a brotar del alma.
Los versos se pierden por laberintos
absurdos,
huyen de ingratos silencios
que son, apenas, ecos.
Temores antiguos se resisten
a tragarse su propio orgullo
y morir, definitivamente, en el frío
desapacible del atardecer.
Las palabras desean echarse a volar,
recorrer lentamente los rincones perdidos
de la vida.
Quieren sumergirse
en la blancura imperfecta de los amaneceres
cansados, apáticos, pero no se atreven
a mirarse en la incertidumbre
humana.