Hoy es

la tarde revisa


La tarde revisa, con calma, los versos abatidos del poeta. Su extraña luminosidad se apaga en confusos laberintos. La melancolía del atardecer, apenas, tiene respuestas a tantas preguntas sin responder, no sabe cómo aliviar el desconsuelo de aquellos versos carentes de alma, la nostalgia de las palabras se difumina entre el color rojizo del cielo, dejando tenues destellos azules en los cristales de las ventanas que contemplan difuso el horizonte, sólo consiguen ver ausencias grises, recuerdos vagos agazapados en rincones olvidados por el poeta. 

Sus ilusiones ya murieron y, enloquecido, llena páginas y páginas con palabras vacías, con sueños que nunca pudo disfrutar, porque la mayoría jamás les pertenecieron, fueron simples alucinaciones de su mente enferma, prisionera de un amor inexistente.

La tarde trata de consolarle, le entrega emociones de otros tiempos, le trae consejos de seres queridos que también partieron al olvido, músicas que le acompañaron en momentos especiales, dichosos. Trata de dictarle, con toda la ternura posible, versos nuevos que le hagan olvidar todos los fracasos y las decepciones que el destino fue poniendo en su vida. Los consejos del atardecer le secan las lágrimas amargas, acariciándole el alma atormentada, tiene que sacarle del abismo y guiarle por la senda definitiva.

Sin embargo, tiene miedo de abandonar su soledad, no consigue escapar de su dolor y continua, compulsivamente, llenando páginas con palabras rencorosas que, lentamente, le empuja al abismo de la locura. Se niega a contemplar las bellezas que le entrega el atardecer, las nubes siguen dibujando hermosas formas rojizas, llenas de tiernos poemas en los que descansan aquellos seres tan amados. Sin embargo, el poeta no comprende aquellas estúpidas insinuaciones y su corazón, abatido, se consume entre las cenizas de sus enloquecidos versos.