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¡Cómo se mece el aire fresco del campo al atardecer! Bajo la parda encina, brilla el alcotán en su vuelo raso y se empluma decorosa la inquieta abubilla. Todo el bosque de la dehesa respira vida, y yo, espectador extasiado, me dejo acariciar por su inalcanzable magia mientras alzo la mirada arrebatada hacia el azul del cielo.
A lo lejos, en el brumoso horizonte, la sierra mineral dibuja su perfil tallado por multitud de escalonados altozanos; sueña su alma grande sumergida en la maleza salvaje y vegetal. Poco a poco, voy sintiendo el húmedo calar de mis huesos por el paso lento de las horas que amartillan el verde rabioso de las hojas. Todo es abundancia regalada por la madre naturaleza; que respira y respira dulcemente y me habla queda en el silencio; que escoge un pequeño hueco en mi corazón y se me adormece dentro.
A lo lejos, en el brumoso horizonte, la sierra mineral dibuja su perfil tallado por multitud de escalonados altozanos; sueña su alma grande sumergida en la maleza salvaje y vegetal. Poco a poco, voy sintiendo el húmedo calar de mis huesos por el paso lento de las horas que amartillan el verde rabioso de las hojas. Todo es abundancia regalada por la madre naturaleza; que respira y respira dulcemente y me habla queda en el silencio; que escoge un pequeño hueco en mi corazón y se me adormece dentro.