Hoy es

Marinero

... de La Red
Olas rotas que traen espumas,
Gaviotas que hacen cabriolas,
Ojos melancólicos y húmedos que
Sueñan con volver a surcar las aguas
De ninguna parte.


Marinero, no estés triste,
Has surcado océanos de la vida,
Y has sido feliz en tus mares,
Amores y sacrificios, tempestades y calmas.


El ancla solo te permite soñar
Sentado en la roca con tus recuerdos,
Mirando el horizonte de tus deseos.


Soplan vientos de libertad
Que sientes en tus adentros.
El ancla de tus sueños se ha levantado,
Las olas suaves acogen tu barca,
Atrás queda la espuma de las olas rotas...



A la luz del sol moribundo
Decía adiós nuestro marinero…




El doble cuántico


... de la Red

             Descubrió por fin su pasión al intuir muy desde adentro lo que deseaba ser. Había pensado largamente en rediseñar su cerebro para que éste le otorgara la nueva experiencia que él presentía desde el fondo de su corazón. Y se lo pidió a su doble: creía, porque lo había leído, que existe un doble cuántico que trabaja mentalmente a velocidades superiores a las de la luz. ¿Sería eso posible a pesar de lo que enunciaba la teoría de la relatividad de Einstein?
            ¿Por qué no podría lograr tal proeza -se dijo- cuando con un sólo golpe de pensamiento era capaz de alcanzar en unos pocos segundos los límites del Universo conocido a partir del punto mental en el que se hallaba?
            Aquella noche antes de dormirse rezó; bueno, digamos que imaginó una especie de rezo. Más bien pidió encarecidamente a su doble que hiciera por él las tareas que había diseñado en un meticuloso plan para cambiar los ejes de su vida.
            Sabía que el cerebro es enormemente plástico y que no está determinado más que por las leyes fundamentales de la Naturaleza, pero que a pesar de ello era posible pensar en un cierto margen de libre albedrío; que puestos a buscar explicaciones, el núcleo de tal transformación debería hallarse en primera instancia en las propias neuronas que tenían que generar el pertinente paso desde la energía a la materia y viceversa. De modo, que al representarse un determinado motivo emocional, produciría modificaciones desde el cerebro al cuerpo y sincronizaría todo su enjambre celular para alcanzar así el estado de felicidad que necesitaba.
            Continuó reflexionando: "Somos un sistema biológico muy complejo, pero a la vez altamente modificable, pues la Vida en esencia no es más que un bucle de información-acción-información, un sistema abierto con constantes reentradas en forma de intercambio entre energía y materia: unas veces somos energía y otras colapsamos en materia, pero dicha materia depende del tipo de energía improntada: o sea de nuestros propios pensamientos".
            Hablaría con su doble cada noche y le propondría cosas, tareas para realizar, planes que este debería diseñarle a la medida ofreciéndole el mejor escenario posible de todos los experimentados, aquel que fuese el más idóneo y realizable de acuerdo con sus posibilidades y perspectivas vitales. Parecía relativamente sencillo: ver el futuro, los futuros posibles y elegir aquel que concitase las mejores condiciones proyectadas a partir de sus humanos deseos.
            No pidió dinero, ni joyas, ni mansiones, ni un trabajo que le hiciera rico o famoso. Por el contrario, su deseo fue muy humano: hallar el Amor. Un amor muy normal y, por tanto, también carnal: el amor de una mujer que quisiera estar siempre a su lado y compartiera sus días con sus noches mientras la Vida le regalara días de existencia en este Mundo.
           Eso fue justo lo que pidió a su doble antes de irse a dormir. Y lo hizo con la plena confianza de que algún día -no albergaba duda alguna, pues sabía que creer en ello era muy importante- ese amor en forma de mujer llamaría a su puerta.


Nota: Este texto, en clave de relato, se enmarca en la "Teoría del desdoblamiento del Tiempo" del reconocido físico francés Jean-Pierre Garnier Malet.


                                                      de "Aves del Paraíso",
                                   Cuaderno de Pensamiento, Poesía y Relato.
                                                                                             (2018)








No hay luna

... de Google

La vida y la muerte
son como el lienzo del pintor.
Caminos que los ojos buscan
y solo encuentro
escarcha de Luna.


Escucho la voz de un
diario por escribir
sobre hojas de hiedra.



Lágrimas de cristal
y una caricia
hoy son estelas de mar
para mis pies desnudos.





Poema de Pilar Sastre Tarduchy


Recursividad poética



... de la Red

              Lanzo rápido el borde de mis manos hacia ti, pero ya no puedo hallarte; habitas seguramente en un ignoto espacio en el que las musas de la noche juegan a contar cuentos en voz baja que mis oídos no alcanzan a oír. El tiempo, que teje su lenta tela de araña, llena mi alma de pesares y aunque te busco apasionadamente te desvaneces bajo la pátina gris de todos mis desgastados recuerdos.
              Puede que cualquier día muera el sol por occidente o tal vez nazca por oriente, pero sé que sólo será un mero espejismo, igual que esas impenetrables sedas de este aire que me roba el perfume de tus manos, el aroma de tu piel que duerme siempre conmigo, aunque al despertar cada mañana nunca logre encontrar tu cuerpo junto al mío.
             Eres tú también una musa de las noches de mis sueños, que apenas si logro rozar a través de mis palabras porque éstas se deshacen conforme las voy escribiendo: humo de un espíritu inmortal que no mora en este mundo de vivos en el que aún tristemente me hallo, mientras dejo que mi vida se marchite consumida en tu memoria a través de una infinidad de horas muertas.
            Nuestros dos mundos, al menos por ahora, nunca llegarán a tocarse; son nada más que dos espacios intangibles unidos por la música del lenguaje. Y cuando el lenguaje calla o no sabe interpretar la melodía que fluye bajo sus palabras, enmudecen a la par tu corazón y el mío; se desconectan y apenas sobreviven en la breve huella que dejaron atrás nuestros recuerdos, estos que ahora intento rescatar cuando lanzo rápido el borde de mis manos hacia ti. Mas ya no puedo hallarte; habitas seguramente en un ignoto espacio en el que las musas de la noche juegan a contar cuentos en voz baja que mis oídos no alcanzan a oír.


                                             de "Ave del Paraíso",
                                 Cuaderno de Pensamiento, Poesía y Relato.
                                                                                          (2018)

Noches sin valor

... de Google

Aquellas noches donde decidí tu amor,
aquellas donde expresarte mi yo,
mil desengaños vienen a mí,
donde siento un arduo juzgar
de no callarme.

Flotando en la seda nocturna,
escribo versos que desaparecen
que no se plasman en el papel
que solo están en mi memoria.


Bajo el abismo
la noche se convierte en día,
abro mi pecho
y mi ser, se rasga al instante.

Un dios del Norte


... de la Red

                     Coloca tu magnético cuerpo sobre el mío
                     y no me abandones nunca
                     que el frío viento del Norte
                     no cesa de clamar ante mi puerta.

                     A Dinamarca me voy
                     y sueño con llevarte conmigo
                     allí donde el rígido y afilado hielo
                     atormentará nuestra piel desnuda
                     y dará calor por dentro
                     a nuestros tibios corazones
                     que dos almas unidas para siempre
                     concitan más fuerza que una
                     frente al ígneo dragón de la Muerte
                     cuyo fuego domina nuestro Mundo

                     Llegaste hasta mí
                     con la furia de una joven galerna
                     de primavera
                     Y aún no logro adivinar
                     cómo ese gélido Mar del Norte
                     ha sido capaz de soldar alma con alma
                     a un mediterráneo como yo
                     y a una chica de largas piernas
                     y piel blanca como la nieve
                     de perfectos ojos azules
                     que siempre miran hacia el Báltico

                     No me quedan ya apenas fuerzas
                     para soportar esta larga ausencia
                     el recuerdo humedecido de tus labios rojos
                     deslizándose sobre mi tostada espalda 
                     y ese orgiástico ímpetu salino
                     del viejo Mar Mediterráneo
                     que baña todas sus doradas playas
                     desde el puerto de Algeciras al de Estambul

                      Mientras tú desciendes del transbordador
                      en Copenhague
                      hace frío
                      y llevas una larga gabardina blanca
                      y me miras desde lejos
                      y me sonríes y me llamas
                      aunque ahora sólo existas en mi cabeza
                      Soy como un poderoso dios del Norte
                      un jovencísimo Thor
                      renacido en otras latitudes
                      pero transmutado para siempre
                      en las álgidas y oscuras profundidades
                      de ese omnipresente mar del Norte.


                                   de "Aves del Paraíso",
                   Cuaderno de Pensamiento, Poesía y Relato
                                                                            (2018)










Viejas crónicas (3)

La foto es de mi propiedad

       Ibiza estaba cerrada por descanso. Y todas las carreteras acababan igual: o ante el portón cerrado de acceso a una propiedad privada, o ante la arena de la playa. Siempre el mar al fondo, como un escenario.
       Nos pasamos el resto de la tarde bajo un cielo cambiante, sol, nubes blancas, nubes negras; cayeron incluso algunas gotas. Vimos la isla de Ízaro Films, o un doble, que estas cosas nunca se sabe: la perspectiva siempre tiene sus inconvenientes. Y, al final, como remate de este viaje al corazón de la isla, paramos en territorio comanche.


       Ibiza estaba cerrada por descanso, con un mar cambiante al fondo, como un escenario.
La foto es de mi propiedad
       Tras una curva vimos las distintas alturas de las piedras, los dibujos en el suelo, esa magia de lo primitivo tiñendo la luz difusa de la tarde. La luz era de una nitidez sobrenatural. El encuentro fue como un choque, como si de pronto hubiéramos caído en aquel campo de los setenta lleno de paz y amor, de yerba en los pulmones, de vivir de lo que diera el campo, fuera lo que fuera: ausentes de todo conflicto. Nos lo quedamos mirando mientras el coche seguía su camino. “Eso deben ser las reservas de los hippies”, pensé. Pero cuando nos dimos cuenta ya estábamos subiendo la cuesta, dejando atrás el misterio. Dimos la vuelta, desde luego. Aparcamos el coche fuera de la carretera, en tierra de nadie, en la entrada de arriba, como un insulto. El silencio era estremecedor. En los botes colgados de los árboles el viento pintaba sus lamentos, como una llamada de auxilio, como la sirena de una fábrica llamando a la huelga. Hice una veintena de fotos en poco más de tres minutos. Los árboles crecían verdes. La escalera de tierra subía, perfectamente delimitada por las ornamentadas columnas de piedra. Había algo sagrado frente a nosotros. Se palpaba. Elena también lo sintió. Dijo, vámonos, no me gusta esto. Unas fotos más, dije. Y en ese momento apareció un coche ranchera envuelto en el polvo del camino, al fondo, saliendo de entre los árboles. En él iban tres o cuatro hombres de larga cabellera. El que iba en el lado derecho delantero me miró directamente a los ojos, mientras yo continuaba paralizado, como poseído por una fuerza irracional, con la cámara de fotos en la mano, mientras el coche pasaba por delante de nosotros. Vi en sus ojos el corazón resignado, un poco orgulloso también, del indio de la película “Alguien voló sobre el nido del cuco”. Luego hice algunas fotos más. Le pedí a Elena que me hiciera una, en aquel lugar en el que todo hubiera sido posible. 


       Ibiza estaba cerrada por descanso, con un mar cambiante al fondo, como un escenario.
       La noche en el caserón solitario pasó sin que cayera en el folio palabra alguna. Una noche sin sueños. Lo mismo que el sábado, un día que nació muerto. Pusimos el GPS. Llegamos en nada a Santa Eulària. De paso hacia Santa Carles de Peralta coincidimos con un viaje del INSERSO en la visita al mercadillo hippie, comimos en Sant Joan de Labritja, vimos las cuevas de cuyo nombre no me acuerdo, no es que no quiera, es que no me acuerdo. Y otra vez el caserón. Otra noche sin sueños.


       Ibiza estaba cerrada por descanso, con un mar cambiante al fondo y abajo, bajo las alas del avión, como un escenario.
       El domingo volvimos al aeropuerto. Atrás se quedaba, para siempre, el paseo nocturno por la playa en Sant Antonio de Portmany, la isla, el minúsculo corazón de la isla que una vez acariciaron nuestros corazones. Subimos, ascendimos. Entramos en un espacio blanco. Sólo aquella blancura. Nada abajo, nada arriba, nada a los lados. Sólo ese espacio cegador. Elena me dijo que tenía miedo. Yo le cogí la mano. Me la lleve a los labios. Le di un beso. No te preocupes, dije, esto es como el folio en blanco. Da un poco de miedo. Pero no es nada. Sólo este vapor de agua teñido que te ciega los ojos. Luego, de pronto, Madrid, desde arriba, quieta como una araña dormida.




Felicidad

... de Google

Felicidad, flor solitaria que nace
En las aguas profundas y turbias
Del alma que se despierta
Al dulce aroma de la existencia
Con misteriosos lazos y amables brisas,
Sellando el vínculo sagrado de la vida.



Felicidad, diamante que nace
En las entrañas de los corazones
Donde el crepitar del fuego
Rompe las cadenas, liberando
La luz en mil colores.


Felicidad, esencia de estrellas solitarias,
Que transitan por la vida cargadas de enigmas,
Tesoros de luces y alegrías,
Cofres de sombras y tristezas,
Brillando como el sol y la luna
A través de la fuerza de la experiencia.

Felicidad, vida y luz
Que debemos mimar y proteger.
No podemos ignorarlas ni matarlas
Porque si las ignoramos o las matamos,
Ahogamos nuestra alma en nuestra propia trampa.

Felicidad, amor y creación, luz y vida,
Fuerzas infinitas y eternas,
Nos recuerdan el olvido de nuestra esencia.






Viejas crónicas (2)

La foto es de mi propiedad


       Ibiza estaba cerrada por descanso. Y el norte y el sur habían regresado del anonimato.Cantaban como dos niños huérfanos, a gritos, apoyados en los extremos de la delgada vara de mimbre de catorce kilómetros que medía la tierra.
       Como es natural llegamos a Es Cubells antes de darnos cuenta de lo que ocurría, antes de percatarnos que el depósito de gasolina estaba en las últimas. Había una ermita encalada, una vivienda particular, un bar con terraza cubierta en la que comían algunos ingleses, un parque para niños con suelo de goma, a este lado del acantilado, pero muy cerca del mismo, quizás demasiado, y un aparcamiento con más de cien plazas vacías. Nada más. Bueno, también el busto de un misionero sobre una roca, fundido con ella, y una inscripción en la que se daba fe de la gesta llevada a cabo por el personaje. Lo siento pero no recuerdo nada, ni un solo detalle. El cielo comenzaba a teñirse de ese color lechoso de los peores días del estío.



       Ibiza estaba cerrada por descanso. Y el norte y el sur habían regresado del anonimato. Alguien cimbreaba la vara de mimbre de catorce kilómetros que medía la tierra.
       Había como el eco de un viento esposado en el aire. Y una tensión apenas perceptible. Dimos pues la vuelta. Volvimos a Sant Josep de sa Talaia, a darle de comer al vehículo. Fue después, cuando regresábamos a nuestro tiempo de ver mundo que decidimos bajar a Vista Alegre. Aparcamos a veinticinco metros de altura sobre el mar. Había una casa con las persianas bajadas. Un mirador sobre una playa desierta. Unas escaleras. La tierra roja y blanca con sombrero verde mirando la danza de las aguas. Bajamos los escalones, apartamos incluso alguna piedra caída de la frente de la tierra. Dejamos atrás el coche, solo, en el otero. Hicimos las fotos. Subimos las escaleras… Y allí estaban ellos. Tres chicos jóvenes. Se movían despacio, atraídos por el contenido del auto. Uno llevaba pantalón tejano, sandalias y un jersey a rayas horizontales en rojo y verde. El pelo, rizado. Los labios, carnosos. Miraba con unos ojos blancos incrustados en una cara tostada, sin parpadeo. "Sube al coche, Elena, deprisa", dije. Los otros también tenían pinta de africanos. Me recordaban un poco, por la lentitud de sus movimientos, al pausado pero persistente andar perdido de los muertos vivientes en la película del mismo nombre. Temí que se me pusieran delante y tuviera que atropellar a alguno para escapar. Pero no, se quedaron allí, mirándonos, como quien descubre de pronto que hay otras personas en el mundo.


       Ibiza estaba cerrada por descanso. Y el norte y el sur habían regresado. Jugaban ahora con la vara de mimbre de catorce kilómetros que medía la tierra. La subían por encima de sus cabezas y silbaban una canción antigua de arena y plomo. La bajaban hasta la cintura, y dejaban que la sal de la mar envuelta en viento entrara en nuestros corazones. 
       Llegamos, otra vez, a Es Cubells. Eran ya más de las tres de la tarde. Teníamos hambre. Entramos en el bar. Nos hubiera gustado sentarnos afuera, en la terraza, pero todas las mesas estaban ocupadas por ingleses, alemanes, gente de tez rosada y ojos azules, pantalones cortos, flores en el pecho. Sólo la voz violenta de algunos jóvenes intrépidos, de moto sin casco y cigarrillo en la boca, nos acercaba al corazón de España. No tenían menú del día, sólo raciones. Tomamos un bacalao encebollado y una lengua de toro tomatada, con una cerveza, una Coca-Cola y una botella de agua. Nos habíamos sentado a una mesa de madera rectangular, junto a la ventana que daba a la puerta de la ermita. En este lado, a nuestra espalda, había una cortina de tiras de plástico que mecía el viento. Al otro lado de esta corriente se adivinaba el patio interior de la vivienda: gallinas sueltas, bochorno, el perro dormitando. Veíamos también la trasera de la barra del bar: el fregadero lleno de platos y vasos sucios, la oscuridad del agua y el olor del jabón en su refriega con la grasa y los restos de comida. También, la máquina tragaperras, la de los helados, y, sobre todo, las caras de los otros hombres, con barba de varios días, negras de sol y huerta… Al otro lado de la ventana, tapando la puerta de la ermita, había dos hombres más, comiendo. La mesa era redonda, pintada de blanco. Los platos de cristal. Uno de ellos llevaba el pelo recogido con una goma. El otro, revuelto, engominado, saltando sobre la frente. Los dos con camisetas grises, con pantalones tejanos elásticos muy desgastados. Los dos debían sobrepasar el metro noventa con creces. El de nuestra derecha, el de la coleta, era más delgado. El otro, el de la izquierda, más viejo, con una incipiente preñez. Comían en silencio, se miraban con una confianza natural, como un matrimonio bien avenido.






"Tiempos modernos"

... de Google
       Ambos llegaron a ser amigos míos. Se conocieron online, se comunicaban por Skype; les iba bien. Era su estilo. Se enviaban felicitaciones por WhatsApp; y los primeros regalos por Amazon. Se casaron por poderes y como regalo de divorcio les envié una pluma estilográfica.

       No sabían qué hacer con ella.





El micro es de
José María Garrido de la Cruz

Viejas crónicas (1)

La foto es de mi propiedad

       Ibiza estaba cerrada por descanso. Y el norte no existía.
       Era, por decir algo, un insignificante punto gris más allá del borde del acantilado. Un punto, o una mota sobre las olas de la mar, un eco indefinido que mutaba, ora plata, ora sangre, ora verde esmeralda; imitando siempre, fundiéndose siempre con el manto elegido por las aguas saladas para cada momento del día o de la noche.
       Luego, tras colocar la ropa en los armarios, volvimos a recepción. El pasillo seguía allí, largo, lustrado, silencioso, solitario, con aquella profundidad próxima al terror y aquel frío húmedo impregnando el aire. Eran apenas las nueve de la mañana. Paco nos indicó dos establecimientos cercanos en los que desayunar. "Las cocinas del hotel no abren hasta mayo", dijo en voz baja, como avergonzado. El primer de ellos era muy convencional, café y algo de bollería. El otro preparaba, además, tostadas - con tomate triturado, o con mantequilla, o con aceite -, y bocatas de bacón y queso; también alguna especialidad de la casa que no quisimos catar. Entramos en el segundo. El camarero en cuanto abrimos nuestro acento peninsular se deshizo en amabilidad. Más aún cuando le dijimos que nos enviaba Paco. Mantuvo, como es natural, su acento balear; pero la sonrisa se le salía continuamente de la cara y se le escabullía por los rincones del bar. Era una afectación servil exagerada, tanto o más que la interpretada por Agustín González hace años: "como el Gervasio en su hotel de Gijón", pensé. Resultaba incluso vomitiva. Todo estaba limpio, eso sí. Había también otros clientes que pronunciaban palabras incomprensibles.
       A las diez estábamos de vuelta en recepción. Llegó el director de la casa de vehículos de alquiler con el contrato en la mano. Nos dio también dos planos de Ibiza. "Hoy pueden ver esta zona", dijo. Y señaló la zona oeste, la más cercana. "Mañana, ésta otra", añadió. E hizo varios círculos en la zona este, la más lejana. "¡Ah! y no dejen nada en el coche. Aunque no vean a nadie. Es un consejo. No lo olviden", terminó. Luego sonó su teléfono. Nos dijo que tenía algún problema para traer el coche hasta nuestro hotel y que nos llevaría en el suyo hasta el depósito.
       Por el camino nos informó que en Sant Josep de sa Talaia era fiesta, el patrono del pueblo, que a las once y media había celebración eucarística, que venía el obispo a decir la misa, y que se reunirían todas las autoridades políticas y militares de las islas. El vehículo era de fabricación italiana, de última generación, con ordenador de a bordo y todo. Apenas sí tenía cuarenta mil kilómetros. Pero nos lo entregó sucio. La cerradura derecha estaba rota, y tenía un golpe bajo el espejo retrovisor izquierdo que dejaba el cableado al aire. "El polen, es el polen; los limpiamos y, al segundo, ya están sucios", dijo a modo de excusa. Queríamos ir a Sant Josep, a misa; y eran ya las once de la mañana. Así que no planteamos ninguna objeción, le pagamos los dos días de alquiler, firmamos el contrato, y nos pusimos en camino.
       En diez minutos habíamos aparcado en Sant Josep. La plaza principal del pueblo estaba adornada con banderitas. Había un bar abierto y algunos tenderetes con mercancía de baratillo. No así la farmacia. El día había abierto y lucía un sol cegador sobre un cielo claro manchado de nubes blancas. La gente, en la calle, vestida para la ocasión. Algunas mesas improvisadas con dulcería típica de la isla. Luego llegaron los gaiteros gallegos, con sus trajes negros y sus medias y camisas blancas; también la tamborrada de los ibicencos, vestidos de café con leche y camisas con chorreras. Todo el ruido del mundo en la plaza, frente a la puerta de la iglesia. Luego, dentro del templo, abarrotado, el catalán de la celebración y el castellano de la homilía
       A la una volvimos a la carretera, dirección Es Cubells. Las curvas de la carretera, las chumberas, los árboles. El silencio del campo, como en la infancia, como en las siestas extremeñas, cuando niño. La misma sensación de abandono. Nadie, no había nadie en ninguna parte.


       Ibiza estaba cerrada por descanso. Y el sur no existía. 
       Era, por decir algo, un insignificante punto gris más allá del borde del acantilado. Un punto, o una mota sobre las olas de la mar, un eco indefinido que mutaba, ora plata, ora sangre, ora verde esmeralda; imitando siempre, fundiéndose siempre con el manto elegido por las aguas saladas para cada momento del día o de la noche.




A fuego lento

...de Google
       Julián se estremeció al ver entrar en la sala al juez y al fiscal ataviados con la toga negra. ¡Pájaros de mal agüero! Miró a su abogado, que a su izquierda vestía igual, lo que incrementó su inquietud. Por unos instantes, frenó sus ansias de huida al fijar su atención en los encajes blancos de las mangas del juez. Eran parecidos a los que su madre confeccionaba a ganchillo para decorar los sillones de la casa.
       El juez habló a los presentes:
       —Se procede a la celebración del acto del juicio, procedimiento penal 60-2017, en el que figura como acusado Julián García; estando presentes el ministerio fiscal… 
       Julián se desconectó de la voz monótona del juez. Evocar el cadáver carbonizado de su esposa le provocaba un estado catatónico, casi plácido. Eso le distanció del murmullo de los letrados y del sonido provocado por el roce de los documentos que intercambiaban. Su pensamiento siguió vagando, ahora, dentro de la imagen de un ensordecedor ring de combate donde todo valía: discusiones, gritos, golpes y en el que siempre ganaba él. Ella no aprendía. Siempre tan torpe, hacía todo lo que le desesperaba. Era una zorra.
       El fiscal se dirigió al acusado:
       —Se le acusa de haber dado muerte a su esposa. ¿Cómo se declara? ¿Culpable o inocente?
       —Inocente —dijo Julián, agarrándose al micrófono como si fuese un salvavidas.
       —Estamos aquí para probar que el acusado prendió fuego a su mujer causándole la muerte, hecho que sucedió en su domicilio.
       Julián, desamparado, no perdía de vista a su abogado. No había sido un marido ejemplar, pero no se consideraba un asesino. ¿Qué más tiene que aguantar un hombre?
       Pasaron las horas, los testigos, las pruebas y aunque los vecinos declararon la mala relación de la pareja y los malos tratos del acusado hacia su esposa, el día de autos no habían oído ningún ruido.
       El inculpado, arqueando las cejas en un gesto compungido, esperaba la intervención de su letrado.
       —Según lo investigado —alegó el forense, el fuego ha sido la causa de la muerte. No se han encontrado otras evidencias debido a que los restos de la víctima se hallaban carbonizados. El fuego ha actuado con una rareza inusual, no se ha encontrado el origen del mismo y las altas temperaturas no han afectado al resto de la habitación. El cuerpo, quemado hasta tal extremo, tiene difícil explicación.
       Julián no recordaba nada. Tampoco sabía cuándo había empezado el fuego. De forma dispersa evocaba la música de fondo que se alzaba en el local sobre el barullo de la gente o el líquido ardiente que bajaba por su garganta: contaba, uno, dos, tres vasos de wisky…, hasta que un guardia se lo llevó tambaleando y esposado del bar.
       Era el turno del abogado defensor:
       —Señorías, demostraré que mi cliente no es culpable de los hechos que se le imputan. No se encontraba en la escena del crimen. Las huellas encontradas en la casa son las esperadas al ser la vivienda del acusado. Tampoco hay restos de combustible en los restos hallados. Por ello me apoyaré en estos precedentes, casi doscientos casos; el más antiguo data de finales del siglo XVlll, cuya documentación entrego y en los que no se ha llegado a esclarecer las circunstancias de un fuego tan voraz ni su origen. La base del estudio parte de la teoría de que el cuerpo humano puede arder de forma espontánea sin que exista causa alguna. Además, el hecho de que no haya daños en la habitación y el cuerpo esté reducido a cenizas, presupone unas temperaturas muy elevadas que solo se alcanzarían con un fuego lento, de llamas bajas, alimentado por la grasa corporal y la ropa, que actuarían como una mecha. Esto deja el caso en un simple accidente originado, tal vez, por la electricidad estática.
       Julián lanzó un suspiro de alivio y se relajó al ver la perplejidad reflejada en la cara del juez y del fiscal. 
       Al cabo de unos días, el juez dictaminó la retirada de la acusación por falta de pruebas.
       El secretario:
       —Le llama su esposa, señoría. —Éste le arrebató el teléfono.
       —¿Yo qué te he dicho? ¡Bajo ningún concepto me llames al trabajo! —dijo, furioso—. Ya te arreglaré las cuentas cuando vuelva a casa. Y puede que de forma muy luminosa.





Viejas crónicas

La foto es de mi propiedad
       Ibiza estaba cerrada por descanso.
       Aterrizamos a la hora prevista. Salimos del aeropuerto, un edificio de dos plantas de más de doscientos metros de largo, con lo puesto y un bolso de mano. Tomamos un taxi. Los diecisiete kilómetros pasaron en silencio. La carretera era de doble sentido, llena de curvas, con un manto verde en las orillas pintarrajeado de margaritas. Más allá de las paredes de piedra estaban los árboles, la tierra fértil, la altura de la montaña y el bosque.
       El caserón se erguía en el centro mismo de Sant Antoni de Portmany, en el barrio antiguo. Había una reja delante de la explanada. Un timbre en la parte de adentro del muro, casi invisible. El cielo cubierto de nubes blancas. Tres escaleras subían a una explanada de más de seis metros de ancho. El edificio también era de dos pisos, con ventanas cubiertas por persianas pintadas de verde. En los extremos, las torres y las puertas de acceso. En la de la derecha había un letrero. Era recepción.

       Ibiza estaba cerrada por descanso.
       Al otro lado del mostrador estaba Paco, el recepcionista, vestido todo de azul marino, regordete, de no más de cuarenta años. Nos recibió con una sonrisa serena. Detrás de él, a nuestra derecha, al otro lado de la cristalera, había una televisión. La pantalla mostraba distintos puntos del edificio. "Cámaras de seguridad", pensé. Nos pidió los documentos de identidad y rellenó el formulario de rigor; mientras iba hablando. Hablaba sin parar.
       Nos dio las llaves de la puerta de acceso al edificio y la de la reja de la calle.
       — No se olviden las llaves, que yo esta tarde, a las tres, cierro todas las puertas hasta el lunes. Sí, me tienen que pagar ahora. Entren y salgan cuando quieran. Pero cierren con llave, por su seguridad sobre todo. Ésta es la que abre el aparcamiento, mire tiene pila. Sí, cuando se vayan me dejan todo en el buzón. Venga, les mostraré su habitación.
       Un único pasillo de más de cien metros de profundidad, bien iluminado, recién pintado de pan tostado, suelo con baldosas blancas bien lustrada: sobrio, limpio. Pero hacía frío, ese frío húmedo de los edificios cerrados. Todas las puertas de acceso a las habitaciones, pintadas de verde oliva, tenían arcada. Nuestros pasos sonaban en aquella soledad como un insulto. Llegamos a un descansillo sin luz, con la manta de la penumbra puesta. En él se abría la otra puerta de acceso al exterior. Era casi una sala de estar. Sofás, mesa baja de cristal, lámpara isabelina con todas las luces apagadas. A la derecha había una escalera.

       Ibiza estaba cerrada por descanso.
       Nuestra habitación era la última, a la izquierda, frente al cuarto de los útiles de la limpieza. La puerta, de madera; ésta sin pintar de verde, pero barnizada. Cuando Paco abrió sentimos todavía con más nitidez la humedad. "Esto ha estado cerrado por algún tiempo", pensé. Entramos. Una sala de estar. Un cuarto de baño. Una alcoba con dos camas. Luego Paco se fue a sus quehaceres. Mientras le vi alejarse por el pasillo, no sé por qué se me vinieron a la cabeza las imágenes de otros pasillos, en otro hotel de ficción. Pensé en Stephen King y en su Resplandor de mil novecientos setenta y siete. Cerré los ojos. Los abrí, pero no vi la sangre inundando los pasillos.



Desorden


Si me llega la muerte y estoy sola,
recordad que la llave la tiene la vecina.
Disculpad si encontráis cierto desorden,
pero a veces me dejo llevar por la desgana.


Probablemente halléis sobre la mesa
las fotos de mis hijos y mis nietos
-quién no ha sufrido nunca
alguna acometida de nostalgia-,
un libro de poemas con versos subrayados,
un cenicero sucio y una copa
con un resto de hielo derretido.


Tal vez esté sonando
el disco de Eric Clapton que escucho con frecuencia
mientras cierro los ojos y evoco aquel abrazo
que nunca adiviné que era una despedida.


Y si acaso encontráis en la pantalla
un poema de amor al que le falten
las últimas estrofas,
terminadlo vosotros. Es posible
que haya un final feliz en vuestros versos.





La vida dentro del espejo





La vida y el pensamiento
ráfagas de luz son dentro,
nunca fuera del espejo.
Humo y alma: el anverso
de la eternidad del tiempo.

Debajo de tu blusa

... de Google

Fue en una fiesta, ¿lo recuerdas?
Al ver tus ojos y tu blusa
apenas abrochada,
la Luna se eclipsó,
las estrellas dejaron de brillar,
se apagaron las velas,
y toda la ciudad quedó a oscuras
porque sólo tú
brillabas en la noche.



Al ver tus ojos y tu blusa
apenas abrochada,
mis anhelos, mis sueños
se reducen a uno:
Introducir mis manos debajo de tu blusa.


No quiero oler las flores,
ya sólo quiero olerte a ti,
palpar tu piel, comer tu lengua
escribir en la palma de tus manos
mis poemas eróticos.


Gemir y gritar juntos revueltos en la cama,
presas mis manos para siempre
debajo de tu blusa.


Quisiera hacer de ti una sirena,
convertirme en tritón,
y sumergirnos juntos en el fondo del mar,
para hacer el amor bajo las olas,
o alcanzar las estrellas y besarnos
en la constelación de Casiopea.
Tus ojos en mis ojos,
y mis manos debajo de tu blusa.




de "Mis personajes de pasean por La Red", 
Vision-libros 2012




Maisefoyuti

Resultado de imagen de saltar a la goma
Imagen de Google
Gracias a los autores que estudié, 
en especial a "Los Antonios"  
tan presentes en este este poema.


Mi infancia son recuerdos
de un patio de colegio
en filas uniformes.
Una oscura escalera que asustaba.

Esos juegos de niñas
saltan de una lado a otro en mi memoria.
La goma con nudos en la garganta,
a golpe de canción sin melodía:

 "Maisefoyuti,
tu eres ancla,
por eso  yuti,
Maisefoyu ayu ayu..."

Pecados inventados,
caladas furtivas a un cigarro,
Y algún juego de mano entre recreos.
Crucifijos, retratos en sepia
y esa cartilla de disciplina,
amarilla o azul, según qué años.
Sábados de permanencias.
Tardes de chicle y palolú.

Historia de una escalera,
obra difuminada en pesadillas.
Se nos quitó el miedo de repente,
en ese patio de sombras sin luces.
Cambiamos el calzado abotinado,
por tacones de aguja.

Aún nos queda curso por delante
y a partir de hoy, deberes:
resolver problemas, sumar sonrisas,
transformar poemas a nuestro antojo,

inventar la historia.











Palabras compartidas

... de Google


Palabras compartidas, gestos
hermanados por una pasión
ausente, ardiente, escondida
entre las cenizas de un ayer
lejano.




Miradas que se funden
en una lágrima de amor.


Se aman, son mundos diferentes,
lejanos, unidos eternamente
en la ternura ocre de la tarde.



Las manos, enlazadas,
esperan sentir las fragancias
cálidas del amanecer.



Carne de tiempo

La fotografía es de mi propiedad

1
A Roberto Bolaños,
que también escribió de este asunto



Pellejo de vino.
... de Google.
       Mi padre nos leía a Neruda cada tarde gris de invierno, después de subir de la mina, convencido de que la poesía eleva el alma, la curte, la abre hacia lo inefable. Lo hacía con aquella voz quebrada por el tabaco y el vino barato que iba sacando de un pellejo ennegrecido por el tiempo que tenía colgado de un gancho cerca de la ventana del cuarto interior, fuera del alcance de nuestras inocentes manos, mientras la lluvia, a veces la nieve, bajaba del cielo carbonizado tarareando una canción de esclavitud y tristeza. En cuanto se hacía de noche nos metía en la cama. Desde allí escuchábamos el turullo del amo de las minas llamando al trabajo de la noche.



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y
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Pablo Neruda.
... de Google
Pincha
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para leer más
       ... y cuando llegaba a aquello de [ Puedo escribir los los versos más triste esta noche. / Escribir, por ejemplo: << La noche está estrellada, / y tiritan, azules, los astros, a lo lejos>>. ] la voz se le quebraba. A veces, atragantado por la emoción, se paraba un instante que a nosotros nos parecía eterno. Otras una lágrima resbalaba por sus mejillas. Ahí, al final de su congoja, nos miraba con una mirada toda llena de espacios, y estrellas, y con toda la inmensidad de La Creación apretada en el corazón. Era entonces cuando la solemnidad máxima de su voz se alzaba para decir:
       — Esto es carne de tiempo, hijos, el fruto de los versos en el alma humana.












Sola, silencio vivo

... propiedad de la autora

Cómo escribir una carta
si no hay líneas vivas en el papel.
Solo el dolor de las palabras en mi cocina
entre pucheros a la luz de una lámpara de sal
al amparo de una vieja radio, SOLA,
espera mi voz en silencio.


Las canciones, una detrás de otra
repiten en mi piel los recuerdos que aún persisten,
como una voz en eco rescatan vivencias,
sonrisas y dolor vivo.


Momentos que creía olvidados por la experiencia
de este inicio de madurez.
Una ironía de este destino despierta
en esta noche de verano,
me dice, que cada sabor sobre la piel
forma parte de mi existencia.


Es duro reconocer que los años pasan
y hoy sigo aquí con tantas dudas
o más que ayer, sí, años, quizá digamos
que más de TREINTA pasaron
y sin embargo ahora las preguntas sin respuesta
¡siguen más vivas!, ¡más nítidas!,
siguen solas vagando o acariciando mi universo.


Sola en esta noche de verano ya no espero nada,
empiezo a amar mis errores, mis silencios,
mañana veré de nuevo el cielo azul que es de todos.






Poema de
Pilar S. Tarduchy

Lecho de mármol

... propiedad del autor

Tú, lengua de espinas
tú, ojos apagados e inertes
tú, piel escamada,
eres tú, ser maléfico,
tormento de los días
y sufrimiento entre añoranzas.
Sigues ahí, sentada,
sobre tu lecho de esparto
sobre tu ansiedad continua.
Voy buscando tu desencuentro,
tu caramelo infantil
que algún día tuviste
y que perdiste en tu adolescencia.

No creo que recuperes la alegría
no creo que llegues donde propones,
creo que eres viento pasado
y espinas de un ayer tardío.
Ahora, estando cerca de ti,
solo pienso en tu amargura,
en tu memoria perdida
en los pasos, que no diste.
Tú, solo tú,
otra vez, en el rincón
piensas y sufres,
esperando el lecho de mármol.




La decisión

Imagen: Patricia Matas

       Cuando el caos inesperado se apoderó del tiempo, del espacio y de la vida supo, al ver los escombros, que cada acto u omisión tiene sus consecuencias.
       Y lloró sobre el cadáver.




... de Gio Aguiló

...sin pecado concebida

... de Google

El sacerdote le dio la absolución. Doña Blanca se había acusado de mantener, a espaldas de su marido, un romance secreto con Tomasito y no había escatimado detalles. Si le imponía una penitencia leve, puede que ella intuyese que no la creía y lo que el cura deseaba era la felicidad de Doña Blanca, aunque fuera tan solo en su más íntima fantasía.

Excusas para andar

La foto es de mi propiedad

       Hace como tres meses, mi cuñado Jacobo se encontró en las cañadas del Tajo una perrita que, como supimos con posterioridad, no llegaba a los dos años. Vino a casa la pobre toda llena de barro, el pelo enmarañado y lleno de espinas de cardo y otras lindezas dolorosas de la intemperie, tan flaca que se le podían contar una a una las vértebras, con esa mirada de perro apaleado que conmueve los corazones estampada en la cara, el rabito entre las patas, arrastrándose hacia ti en vez de caminar cuando la llamabas. Tanto era su miedo que por la noche se nos meaba en la escalera que sube a las habitaciones en las que dormimos nosotros.
       Desde el primer momento, y mira que en esta casa somos ocho, ella se encaprichó de mí, - ¡con el miedo que me dan los perros! -, no sé por qué, y yo de ella. Así que nos hicimos primero amigos, luego árbol y sombra. Allá donde iba yo iba ella. El animal necesitaba cariño y yo, sin saberlo, tenía un almacén lleno. Me pedía una caricia y yo se la daba sin dudar. A la caída del sol la sentaba en mi regazo, como si fuera una niña pequeña, y le susurraba cariñosas y tranquilizadores palabras de aliento, de ese aliento para seguir viviendo que a mí me falta algunas veces. Así ella encontró de nuevo la confianza en sí misma y en los demás, y yo, y yo me fui aferrando a ella, dejando en el aire de la tarde todo el dolor de una vida impuesta en bellas palabras poéticas que el tiempo se lleva para siempre a la casa del olvido. Y ella me fue mirando de otra manera.
       Y yo la llamé Luna Apacible.
       Y como mi Luna tiene sus necesidades, pues todos los días me levanto al alba, y nos damos un paseo de una hora u hora y media, justo hasta que el sol del estío empieza a calentar demasiado. Mis niveles glúcidos han mejorado mucho, a niveles normales. También los niveles emocionales. Pero eso es otra historia.







Ramera


... de Google

          Yo soy una ramera
          y nada más.
          Ya no soy ni siquiera un ser humano.
          Los hombres me robaron todo,
          me violó mi padrastro y los demás
          me han seguido quitando
          mi dignidad y propia estima.



          Algunas veces,
          consigo escaparme,
          abandonar mi cuerpo,
          al que dejo en la cama
          con ellos sobre él
          babeando y diciendo obscenidades,
          mientras yo voy volando hacia la playa
          para purificarme
          con las sales del mar.


          Cuando regreso a mi cuerpo
          ellos han terminado
          dejando sobre mí su repugnante esencia.


          Pero ahora podré vengarme,
          lo sé desde mi último análisis.
          Me acostaré con todos
          los hombres de la tierra.
          ¡Para contaminarlos!





de "Mis personajes de pasean por La Red", 
Vision-libros 2012



Catástrofe

























... Tras la catástrofe


Las cosas claras


Si dejamos de ser nosotros nos convertimos en ellos.





Mi pregunta


... de Google

       —Pilar, mírame.
       Y le cojo la cara con mis pequeñas manos hasta conseguir que me mire a los ojos.
       —¿Mamá tiene metástasis?
       Soy pequeña, aún no tengo doce años, pero sé qué significa esa palabra.
       Mi tía, su hermana menor, desvía la mirada y llora amargamente.
       Ya soy una mujer.









El micro es de
José María Garrido de la Cruz