Hoy es

Día de nervios

... de La Red


       Los preparativos para tener lista la pasarela estaban a punto de terminar. El desfile de alta costura presentaría una colección del afamado diseñador Albert Catalá, en el que las modelos lucirían los peinados del también conocido peluquero Didier Dumont. Ambos ocupaban las portadas de numerosas revistas de moda de gran tirada.
       Desde la madrugada, las salas habilitadas para peluquería, probadores y almacén, que se situaban detrás del escenario, eran un hervidero de personas que iban de un lado a otro cumpliendo su cometido con una exactitud milimétrica. Sin embargo, donde los nervios estaban a punto de perderse era en la peluquería. Didier tardaba en adaptarse a los nuevos espacios y no encontraba los utensilios que necesitaba.
       —¡Puri! ¿Pero dónde anda esta chica? ¡Puri!
       Puri dejó lo que estaba haciendo al oír la voz atiplada de su jefe.
       —¡Vamos! ¿No me ves? Necesito otra plancha de pelo, esta no funciona y no puedo esperar.
       Puri había sido contratada en prácticas y llevaba pocos días en plantilla cuando se vio inmersa en el traslado y la vorágine de trabajar entre bambalinas. Miró a su jefe y asintió solícita: se dirigió con toda rapidez al almacén. Al volver, la llamaban tres personas diferentes y su nombre, como si fueran tres balines, se incrustaron en su estómago, encogiéndolo. Agobiada, atendió a todos a medias.
       Didier la observaba, crítico: ¿cómo había podido la empresa enviarme una chica tan torpe? Hasta tuve que enseñarle a lavar el pelo y aplicar un masaje. Y no digamos a coger las tijeras: era un peligro. Si no mejora, tendré que prescindir de ella después del desfile.
       Las pocas habilidades de Puri y el aspecto anodino que le daba su vestimenta, con una chaqueta de punto que era más propia de una abuela, las gafas de pasta que ocupaban toda la cara y la falda a mitad de la pantorrilla, contrastaban con el glamur que desprendían las modelos, incluso estando en bata.
       Didier frunció el ceño y volvió a la carga.
       —¡Puri! Pasa a lavar el pelo a Mara y a Silvia, ¿no ves que están esperando?
       La observó mientras se dirigía a ellas y le gustó su forma de andar. Pensó que no lo hacía mal del todo.
       Mara y Silvia habían entrado conversando muy animadas, pero al cabo de un rato se callaron y empezaron a encontrarse mal. Mara vomitó camino del baño y Silvia se desvaneció en el sillón de lavado con el consiguiente susto de Puri, que se puso a llorar y a gritar.
       —¡Llamen a una ambulancia! ¡Rápido! —pidió Didier—, le habrá sentado mal la comida. 
       Didier, al límite del estrés, vislumbraba su fracaso. No podía prescindir de la modelo más famosa. Ella Iba a lucir un peinado muy innovador, una obra de arte que encajaría de maravilla con los vestidos de Catalá. Desesperado, buscaba una solución. Terminó por fijarse en Puri que se había quitado las gafas y le miraba con unos ojos azules desbordados de lágrimas y algo miopes.
       —Ven aquí —le instó Didier. ¿Cuántas dioptrías tienen las gafas?
       —Cuatro —dijo la chica, compungida.
       —Que alguien consiga unas lentillas de cuatro dioptrías —ordenó al personal—. Siéntate, Puri, a partir de ahora no te va reconocer ni tu madre.
       El resultado fue sorprendente e inesperado. Aquella insignificante aprendiza podría sustituir a la reina del desfile. El milagro se había conseguido con unos tacones de diez centímetros, un top con transparencias y una minifalda ajustada. El maquillaje le daba profundidad y amplitud a unos ojos azules de por sí ya bonitos, y resaltaba unos labios bien dibujados y sensuales. Por último, el corte de pelo, desfilado y atrevido, le había proporcionado el encanto que necesitaba. 
       Antes de salir a la pasarela Didier le dijo a Puri:
       —Desde este instante te llamas Irina. 
       Los periodistas y fotógrafos que cubrían el evento catapultaron a la nueva modelo al estrellato. Como buenos sabuesos habían encontrado el filón de una increíble historia. El éxito sonrío de nuevo a Didier.
       Pasaron unos meses. El teléfono sonaba insistente. Didier resopló al descolgarlo.
       —¡Didier! ¡Soy Irina! ¡Estoy harta de esperar! Te conviene ser más diligente si no quieres que cambie de peluquero. Quiero verte aquí, ¡ya!


Presentación de libros

El pasado día 25 de mayo de 2016, se presentaron en el 
bar LA TROCHA (C/Huertas, 50, Madrid) los libros
RIMAS PARA SUPERVIVIENTES 
de Gio Aguiló
y
101 COOKIES 
(memorias de un pastelero)
de Santiago Solano

Esto que se sigue es un vídeo
del acto desde el punto de vista del autor.



Algunos poetas

... de la Red

                           Kaváfis brinda sus sueños y alguien
                           talla sobre un trozo de mármol
                           su canto iniciático a Ítaca
                           De otra parte...
                           por el cielo de Nueva York
                           rondan las gracias de Federico
                           y resuenan las voces del Cante Jondo
                           en el café de Chinitas (Málaga)
                           mientras Rafael Alberti
                           desde el Puerto de Santa María
                           dibuja filigranas en el aire
                           y como por arte de magia
                           sobrevuelan palomas mensajeras


                           Mas tarde caminando
                           me tropiezo con Don Antonio
                           Machado y sus "Cantares"
                           con Juan Ramón Jiménez y
                           "vino, primero, pura..."
                           Y por fin logro
                           conjurar en sendos escenarios
                           hechos versos de existencia
                           a un tal Pepe Hierro
                           en Madrid
                           y a Caballero Bonald
                           mirando hacia el borde del océano
                           desde Sanlúcar de Barrameda

                           Pero debo confesaros algo:
                           yo ya tengo muy varado
                           el centro de mi paraíso
                           aquí en las playas de Málaga
                           junto a las Sombras de Aleixandre
                           que no son sombras
                           sino cautiva luz mediterránea
                           (Kaváfis mira ahora de reojo)

                           Que desde aquí
                           me observo quieto
                           y aquí me quedo
                           para siempre
                           a contemplar...
                           hasta que el Tiempo me lo permita
                           la voluptuosa faz morena
                           que luce este Mare Nostrum.





II ENCUENTRO "POESÍA Y REALIDAD" MONASTERIO SANTO ESPÍRITU. GILET. VALENCIA MAYO 2017

Un reportaje de Óscar y Pilar.
Estuvieron en el encuentro varios socios más de EnR.


Una larga marcha

Pincha
AQUÍ 
para leer el artículo
El artículo es de
José María Garrido de la Cruz

Amar, sufrir

... de La Red.
Amar, sufrir
continuar el camino
hasta el final.


Amar, siempre amar,
confiando en el otro,
en aquel que nos acompaña
ayudándonos a seguir,
nos tiende sus manos
para ofrecernos su comprensión,
la comprensión que otros
nos negaron.


El apoyo necesario para
no desfallecer
y poder superar cualquier
obstáculo del camino.


La cálida sonrisa
que ilumina los rencorosos
recodos donde se esconden
ojos traicioneros dispuestos
a ultrajar los más hermoso del alma.




Mi poeta favorito

... de La Red.
Si quieres comprar el libro
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1

     Él es un hombre mayor. Se tiñe el pelo y las cejas. Tiene en la manga poesías, versos que cuentan historias para reír y llorar, amores desesperados que se convierten en balas, frío metal, humo, sangre; unicornios y princesas de sexo acuoso y mirada caliente, santos de boj que curan la angustia y rompen las bombillas en la noche de carnaval.
     Bajo el árbol de piedra que busca el cielo tiene el anciano su casa. De cristal son las paredes, para que el acantilado del valle del marinero no sea sólo un recuerdo. Le gusta dejar que el ojo camine por el vacío y llegue al otro lado, a la luz roja de la otra orilla. Hay en ello motas de nostalgia, y en la tarde una pizca edulcorada de tristeza.
     Bajo el árbol, la vida se mueve envuelta en papeles de plata y oro, como si fuera un regalo. Pero el hombre, cada día, repite la misma escena: sale al exterior, enciende la barca, se adentra, lento, sobre el abismo - abajo kilómetros de montañas, afiladas rocas, hielo: no hay rosas en el mar -. Mira arriba, y se deja caer. Percibe la zarpa de la gravedad tirando de él. Pero no es la muerte.
     La barca siempre desciende, siempre le rescata. Es su cometido, salvarlo.

2

     Luego comienza el viaje, deambula por el cañón a diferentes alturas, mira como el primer día: “La belleza no se pierde, eterna, intacta, pura”. La sangre se va amainando. Marte es un planeta tosco. La cúpula brilla arriba, redonda como una lente. Y aquí abajo, él, extraño, sobre la barca, con aire, aire limpio en los pulmones, sin recuerdo alguno.
     Luego comienza la busca. El anciano se sitúa a metro y medio del suelo, y a metro y medio también de la pared transparente, máxima velocidad, escáneres encendidos. Los cuarenta mil kilómetros de su hacienda pasan, uno tras otro, hasta volver al punto de inicio. Nada, no existe nada al otro lado del círculo, nadie: sólo el latido del mundo.
     Luego comienza el retorno a casa, sobre los mares verdes, rodeado de luz crepuscular. Las serpientes carnívoras se levantan contra la barca con bocas llenas de largos cuchillos. El hombre las ve caer, desaparecer. También, en la tierra del olivo, los toros bravos cantarle a las lunas la canción de su obstinada bravura. La música de este mundo inmenso, “terraformado”.
     La barca siempre le lleva de vuelta, al hogar. Es su obligación, preservarlo. La casa está a oscuras, fría.

3

       El hombre se queda fuera, en el porche, de pie, quieto. La barca cambia, se acerca a la puerta convertida en un bípedo con cara de pocos amigos, ojos de refulgente metal, humana luz que ilumina la penumbra. Es entonces cuando el anciano la ve, flotando sobre la tierra, como una estatua perfecta. El sol marca su silueta. Él la mira boquiabierto. “Es un espejismo”, piensa. Ella se acerca despacio, muestra el rojo de sus labios, la piel suave de una niña. “¡Es tan bella!”, piensa el hombre. El pecho, adolescente. El pantalón, ajustado. Cada curva es un imán. “¡Es tan bella la locura!”, dice el hombre. Luego cierra los ojos, lanza un suspiro, se da la vuelta y entra. El interior de la casa está lleno de una música suave, con olor a roble y a pan recién horneado.
       — ¿Ella es la muerte, verdad?
       — Sí, el fin  dice la barca.
       — Apágate.
       — Morirás.
       — El amor es siempre eso, un irse desvaneciendo en el otro  dice el hombre.
       El cerebro positrónico de la barca entra en conflicto:
       — Morirás, esa apariencia de mujer es una burla. Todo es ilusión, una figura sin alma.
       — Es cierto, pero es tan bella.
       — Eso no es lógico  dice la barca.
       El hombre calla.
       — Ponme afuera una tormenta, deja que se moje, luego apágate  dice el hombre.
       La barca obedece. Cae la lluvia sobre la tierra sedienta de Marte. Ella mira las nubes, se deja empapar. Desciende, pisan sus pies desnudos el charco. Camina, llama a la puerta. El anciano se levanta. Su corazón late como el corazón de un muchacho enamorado. Suspira. Cuando la puerta se abre todo el universo es nada.

4

       El agua de la tormenta es un camino de hormigas sobre el suelo de madera de la casa. Ella pisa y el líquido cae: mancha la pulcritud perfumada.
       — En el baño hay una toalla… y un albornoz  dice el hombre.
       Ella va, desaparece tras la puerta. El anciano se acomoda en un sillón, cierra los ojos, suspira. Se oye el agua de la ducha y afuera el agua del cielo. Ambas bajan, ambas dan lo que tienen: la humedad. Luego ella sale embutida en algodones, piernas desnudas, cuello; cabellos revueltos, y una sonrisa.
       — Gracias  dice.
       Y se sienta en el sofá que hay en frente del de él. Cruza las piernas. Le sonríe. Él la mira con esos ojos de pasmo que deja la obra de arte en la mirada del ángel.
       — ¿Quién eres?
       — Nací en el norte, en la estepa Noeica, cuando tu especie y tu mundo de burbujas sobre Marte era pura fantasía. Tuve mi vida y mi muerte, trepidé sobre el papel muchas veces. Luego puede, pudimos sobrevivir. Ahora, al fin, somos lo que ves, lo que sientes, lo que amas. Y sólo queremos una, una gota de tu sangre.
       — ¿Sólo una gota y podré besar tus pechos, tocarte?
       — Sí, luego yo me tendré que ir, que mi mundo espera.
       — ¿Y volverás algún día?
       — Siempre que pienses en mí seré tuya.
       El anciano se levanta, va al armario, saca un alfiler y pincha uno de sus dedos. Luego dice:
       — Toma, bebe, calma tu sed.
       Ella se le acerca con caminar de hembra en celo. Succiona:
       — Esto es un verso exacto, un octosílabo. Ven, soy tuya, bebe tú también.
       El hombre le besa el pezón izquierdo. Luego se queda inmóvil, pensando. Mientras, ella se evapora.

5

       La barca se despereza. El anciano abre los ojos, se aproxima a la ventana. El valle del marinero se tiñe de oscuridad. El sol besa el horizonte. Las agujas del reloj se detienen, tal parece que el movimiento del mundo se hubiera ralentizado, que no fuera a llegar nunca al alba. La ausencia es siempre triste. Él vuelve a pensar en ella.
       — Ella está aquí, de nuevo, al otro lado. Tu cuerpo necesita descansar, vas poco a poco cayendo; esta vez sí, en el pozo. La oscuridad va tomando forma.
       — ¡Aleluya dice el hombre  Hazla pasar.
       — ¿Me apago?
       — Sí. ¡Es tan bella!
       Lo demás es todo juego. Ella es un animal, uno de esos viejos entes marcianos que nunca sueñan: bebe su sangre y le ofrece los pechos que nunca tuvo, la dulzura de una voz que no suena más que en él, en ese cuarto de niebla en el que mora el deseo.
       — Veo  dice ella  tu casa. La carretera de tierra. La oscuridad de la noche. Tu corazón de muchacho bajo las estrellas, late que late. Ellas mueven la falda en la oscuridad. Cantan los grillos, el aire es caliente. Van los coches con las luces encendidas. En el cielo está la luna, una única luna blanca, sobre la silueta negra de la sierra. Eres joven. Estás ciego. Todo gira lentamente, como ahora. Tengo que irme, ahora sí, para siempre.
       El anciano le besa el pezón izquierdo que nunca existió por última vez. Ella se desvanece. Él grita. Hay un ataque de furia que le levanta del sillón. Cierra los puños. Sus ojos la buscan, pero ella ya no está. Las lágrimas caen y el silencio es la tierra roja de Marte que asciende, que sube y brilla; que choca contra la cúpula… y acaso un corazón humano solo, en medio de una eternidad que calla.
       Abre la puerta y corre. El acantilado está cerca. Salta. El vacío de la caída le inunda. Pero no, no es la muerte. La barca abre sus manos de madre, y le sostiene. El anciano sólo puede cerrar los ojos y ver la oscuridad que le espera.
       — Te odio  dice.
       La barca no contesta. Sólo pone en su sangre unas gotas de alivio. El hombre duerme.

6

        Aleluya, ¿dónde estás?
       El anciano piensa en ella; pero ella no vuelve. Nada. Todo retorna a su ser. La soledad y la barca.
        Llama al detective Lucio.
       Lucio es un androide alto con cara de hombre curtido en mil batallas, sonrisa franca, mirar comprensivo.
        Usted dirá.
        Mi deseo es que en encuentres a Aleluya y me la traigas aquí.
        ¿Cómo es ella?
       El anciano abre la boca; y luego la cierra. Se queda quieto, pensando.
        Ella es como un Arrebato, alta, vestida de negro, cabellos rubios, mirar penetrante. Labios rojos. Habla con voz de ángel, ríe con una risa de niña y de fuego.
        ¿Dónde vive?
        En la estepa No-e-ica.
        ¿Fuera de su territorio?
        Sí.
        ¿Y cómo puede ser eso? Eso es imposible. Nadie puede traspasar los límites de su casa. Es la ley.
        No sé, por eso está usted aquí.
        Veamos primero su territorio, escaneémoslo. Luego, si no está, pediré paso para la estepa.
       Vallamos  dice el anciano.
       La barca y el detective exploran el suelo marciano. Él va con ellos, con los ojos muy abiertos. Nada, nada. Los cuarenta mil kilómetros de su hacienda pasan, uno tras otro, hasta volver al punto de inicio.  Nada, no existe nada al otro lado del círculo, nadie: sólo el latido del mundo.
       El detective enmudece. Están en medio del campo, sobre los trigales verdes.
        Allí  dice el hombre  bajo la sombra del árbol.
       Lucio se gira, despacio. Y ve. Ve el árbol, ve la sombra del árbol. Ve las serpientes carnívoras. Dispara sobre ellas. Él baja de la barca, corre, desesperado. El hombre descalzo corre y destroza todo a su paso. Las heridas sangran y el anciano cae. Allá, bajo el árbol, arde Aleluya. Ya todo es nada.

7

       Antes de abrir el libro despliego el área del menú. Esta vez no quiero sorpresas desagradables, que tengo los pies llenos de pústulas. Elijo el modo Dios, por si acaso. No me gusta el dolor, no me gusta nada, ni en simulación siquiera. Selecciono, como siempre, la interacción en la historia. Quiero sentir las emociones del personaje elegido como si fueran propias, el peso de sus circunstancias en mi mente, las razones que fuerzan las situaciones palpitando en lo más hondo de mi corazón. Ahora, antes de empezar la lectura de este nuevo libro, sé que las decisiones están tomadas de antemano, que la historia es inamovible, pero una vez dentro la percepción cambia. Todos lo sabemos. Una vez abierto el libro todo se desvanece, lo real sigue estando ahí afuera, pero como un eco lejano. Sólo el contenido del libro es verdad, la única verdad, la realidad última de tu vida. Así que, por si acaso, ya todos sabemos anda suelto Satanás, selecciono “parar en caso del más leve problema físico del lector”. Luego miro por la ventana y veo al viento levantar la arena roja de Marte hacia este cielo oscuro, y el sol allá lejos, desvaído. Cierro los ojos y vuelvo a la infancia, no sé por qué, a ese momento primero de consciencia. Veo a mi padre de pie, a mi lado, con su mano derecha acariciándome el rostro; y a mi madre tumbada en una cama, muy blanca, con ojeras, pelo cano, mirada perdida en la locura. Suspiro. Estoy de nuevo triste, este Tiempo de carne recién terminado de leer, produce alucinaciones, te trae la nostalgia de la Tierra navaja en mano sobre el alma. Vuelvo al menú de este otro libro. Todo está bien. Me gusta el título. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Luis Eduardo Aute, mi poeta favorito. He elegido vivir la vida del protagonista. Vuelvo a mirar por la ventana y siento las lágrimas subirme hasta los ojos. Entonces pulso abrir libro. Y todo se desvanece. De repente me encuentro en un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme.



NOTA:
Si pinchas en las palabras subrayadas en color teja 
te vas a llevar una sorpresa, te lo prometo.

NOTA 1:
Ésta es mi aportación a este libro 
que rinde honores bien merecidos a Luis Eduardo Aute

Ametría circular

... de La Red

Hierba tras tu enfado de madre, ante parábolas y quinquenios de corte fugaz.
Mercancías, y una carroza de huesos de oro sobre la plebe. Con sólo extender el deseo toda la casa, la playa, la vida perfecta.
Creamos. Todo marchaba, y que todo… iba a ir bien para siempre. Postergamos la deuda.
Y ahora el disco se para. En ciernes está la guerra de entonces. Regresan los mismos himnos de ayer.

Se han deshecho las palabras

Estimados amigos.
En este "Especial Día de la Poesía Marzo 2017",
me publican un poema.
Pincha AQUÍ para leer el poema
.

El poema es de
José María Garrido de la Cruz

Metro a metro


... de la Red
  
                                    Metro a metro,
                                    humo y fuego
                                    de pensamientos,
                                    oigo llegar
                                    el tren
                                    de los sonidos terráqueos;
                                    se acerca,
                                    percibo
                                    como se acomoda
                                    febrilmente,
                                    en la forma
                                    de antiguos ecos.

                                   Toco su máquina sagrada
                                    hecha
                                    de nervios y de viento
                                    y me dejo arrastrar
                                    en caída libre;
                                    recojo,
                                    sin prisas y sin tiempo,
                                    todos los ingrávidos
                                    olvidos
                                    que él me entrega:
                                    ellos son ahora
                                    mis recuerdos.

El último giro del cilindro

Fotografía: Pedro de Andrés

      Anselmo barría los pelos alrededor de las butacas, impecable en su bata blanca aunque llevase seis horas dedicado a su trabajo.
—Deberías modernizarte, Anselmo —comentó desde su esquina Marce por enésima vez en su dilatada amistad. No apartaba la mirada de la tablet de pantalla gigante que había sustituido, hacía poco, al habitual diario en papel.
—La Madriguera ha sido la peluquería del barrio desde que la abrió mi abuelo.
—Bien puedes decirlo —dijo Marce con sorna, mientras señalaba el cilindro de franjas azules, rojas y blancas que giraba en el exterior anunciando el establecimiento.
—No chirría —contestó Anselmo, herido de nuevo en su orgullo profesional—. Hay cosas que están bien como están. No me dirás que es más cómodo leer las noticias en ese cacharro.
Marce apoyó el dispositivo en sus rodillas y lo giró para que el barbero pudiera ver cómo reproducía la repetición del último gol in extremisdel Real Madrid.
Anselmo bufó por debajo de su cuidado mostacho. Sonó la campanilla de la puerta, anunciando un nuevo cliente. Parpadeó sorprendido. Era un rep, uno de esos androides que solo veía en televisión y que la industria había dado en llamar, en su soberbia, “replicantes”. El barbero dudó. Era la situación más embarazosa de sus más de veinte años de profesión, aunque se rehízo y sonrió al tipo. Seguro que se había perdido para acabar en el arrabal.
—¿En qué puedo ayudarle?
—Un afeitado con espuma, por favor —respondió el rep con una voz tan humana como la de cualquiera. Los hombres mecánicos carecían de vello facial y el cabello de la cabeza era un implante fijo, al que reconocía un efecto bastante logrado. Titubeó pero el rep no hizo ademán de sentirse molesto. Señaló una de las butacas como pidiendo permiso y Anselmo asintió. Miró de reojo a Marce que había perdido el interés en los resultados deportivos para centrarse en la atracción del día.
Anselmo colocó la capa de corte sobre los hombros del rep y giró el asiento para enfrentarlo al espejo. Un cliente era un cliente viniera de donde viniese y, aunque le gustaran las tradiciones, no le haría un feo. Él era un profesional. Extendió con calma la crema sobre el rostro lampiño después de aplicarle los paños calientes para dilatar uno poros inexistentes. Miró el expositor de cuchillas y se decidió por la sobria Shaver, la más sencilla de su colección. Dejó la hoja en suspenso sobre la piel artificial y por fin se decidió a empezar. Marce lo contemplaba desde su rincón con los ojos desbordados. Le demostraría que podía ser tan moderno como cualquiera para acallar sus continuas críticas. Apoyó la herramienta bajo la barbilla del rep y la deslizó a contrapelo. Se escuchó un chasquido. Perplejo, la sumergió en la bacinilla para limpiarla y descubrió una cuchilla destrozada por el material sintético ultra resistente de la piel del replicante. «Quieres jugar duro, ¿eh?», masculló de forma inaudible. Marce, a sus espaldas, reía por lo bajini. Empezaba a cabrearse de nuevo. No podía echar al rep sin quedar expuesto a una denuncia por discriminación, pero tampoco podía romper toda su herramienta. Haciendo acopio de paciencia, encendió el reproductor de discos y seleccionó el aria de Fígaro. Se giró levemente hacia Marce y le brindó una sonrisa. Acto seguido, y sin quitar la funda de plástico que protegía las hojas, empezó a retirar la espuma con los mismos movimientos con los que hubiera afeitado a cualquier otro cliente. Tarareaba la música entre dientes y, en un santiamén, el rep quedó tan afeitado como había entrado. Con el paño terminó de limpiar los restos de crema y hasta le aplicó una loción aromática. El hombre artificial se quedó mirando el espejo, impasible. Por fin asintió y echó mano a la billetera.
—Te has ganado un nuevo cliente, Anselmo —dijo Marce cuando aquel hubo salido.
—Si me ha dejado propina y todo. Solo quería ser uno más.
—¿Adónde vas con el destornillador, barbero?
—A quitar ese dichoso letrero. Voy a poner uno digital. Bien grande.

La puerta de las estrellas

... de La Red 

La puerta de las estrellas está abierta
para todos los que quieran,
no hace falta cruzar con la nave,
solo desear una nueva era.


Hemos abierto muchas puertas
y hemos pasado por muchas pruebas,
a pasos lentos, a paso rápidos
Y todos los pasos han dejado su huella,
unos, haciendo sangrar el alma
y otros, haciendo florecer la belleza.

Las estrellas nos invitan
a dar un paso más,
y nos hacen saber
que su luz nos espera,
para aliviar las heridas
sangrantes que han producido
algunas huellas.
Las estrellas nos hacen guiños
pero tenemos miedo de conocerlas.

Miedo de comprender,
que nuestra vida ha sido
una época de lluvia corta
y una época de lluvia larga,
y mientras escampaba…
hemos tenido tiempo
para reflexionar y comprender
que las sombras y los miedos
no son buenos consejeros.
Que la vida es mejor vivirla
con colores brillantes
y sentimientos libres
para que lanzados al aire
buelen y ennoblezcan
a las almas que nos rodean.

Delante de la puerta abierta,
observamos el manto
aterciopelado de las estrellas,
que nos invitan a recordar
que a veces los sueños
nos raptan para llevarnos a otro lugar.

Lugar donde el olvido es solo
un recuerdo que el velo
del sueño ha cubierto,
y, ese recuerdo
nos hace sentir nostalgia,
de un perfume sutil y embriagador.

Los sueños son como las ideas
que viajan muy deprisa,
y nadie las puede parar.
Los sueños son llevados
por el viento  en cualquier dirección,
creando un mundo
que no sabemos si es real o ilusión.

Las estrellas están presentes en
cada momento,
incluso en los sueños,
y hacen guiños para decirnos
que la vida es nuestra huella
y nosotros el camino.






(libro naturaleza Sagrada del Ser Humano)



Saltos

... de La Red.

Una cinta roja separa la muerta del resto del mundo.
Todos miran dentro del ruedo. La arena y la sangre se mezclan.
Ellas buscan besos ardientes de niñas con himen intacto. 
Playa blanca, noche y caribe. La selva humea deseos. 
Reptan, silban, callan los niños del hambre. Los vientres caídos 
llevan pieles brunas. Bebemos el vino más viejo del mundo.

Una cinta roja nos cubre los ojos. Olfato sin luz. 
Nadie tiene nada por siempre. La dicha no sabe de tiempos. 
Ella busca labios teñidos de opio y de sangre pasión. 
Lago, tierra, fuego… y el salto de luces difusas que caen, 
lloran, riegan, rompen la calma del pulso. Los niños retornan: 
broncos gritos se alzan. Bebemos el vino más viejo del mundo.


              Una cinta roja se rompe.
              La tierra separa las piernas.







Mi cuento de Navidad

... de La Red

       La noche es fría, afuera nieva, como en Navidad. Pero en el interior de la casa se está caliente. El dormitorio es pequeño, la cama es pequeña, con cabecero color azul cielo. El edredón de la cama del niño es azul y blanco, las paredes son blancas, y la mesilla es blanca también, con tiradores azules. El abuelo está sentado junto a la cama, en su butaca gris clara, muy mullida. Rondará los ochenta años. Su rostro es redondo como la pelota de un niño, y tierno. Su piel fina y blanca, con unos pómulos que se tornan rosados debido al calor. Sus cejas, gruesas y pobladas son blancas, como su cabello, abundante, y algo ondulado. Sus labios son finos, y la sonrisa, amplia y franca, como la de Papá Noel. El abuelo, para que el niño duerma, le cuenta cada noche un cuento. Esta noche ha sido el de los tres cerditos. Luego, como cada noche también, le pregunta al niño:
       ¿Y qué crees tú que pasó después? 
       El niño se queda un rato como distraído. Luego cierra los ojos, y comienza a hablar: 
       Los tres cerditos se quedaron en la casa de piedra. La que el feroz lobo no fue capaz de tirar. Pero él, se quedó afuera, esperando. Los tres cerditos pasaron días y días en la casa, tranquilos, y aún así, la casa, construida para uno solo, se les quedaba pequeña. Al igual que las provisiones, que comenzaban a escasear. Entonces un cerdito urdió un plan; cuando todos dormían, incluido el feroz lobo, salió, y además de ir a por provisiones, compró un décimo de lotería. Esperaba que la suerte les sonriera ese día. Estaba cerca. Y la suerte les sonrió. Les tocaron millones, y todos, muy contentos, volvieron a repetir el plan. Cuando el lobo dormía, se escaparon, fueron a cobrar el dinero, y se compraron un chalé, a las afueras. Una casa grande y confortable, bien construida, donde poder vivir juntos. Pero el lobo se enteró de todo por la prensa. Y encontró el chalé donde los tres cerditos vivían contentos y felices. Creedores de ningún peligro. El lobo rodeó el gran muro que protegía la casa interior. Y encontró un fallo. Era un chalé construido por una mordida del ayuntamiento. Y no era bueno. La construcción tenía fallos. Así que, cuando todos los cerditos dormían, el feroz lobo entró, y les robó todo el dinero de la lotería. Hasta el último céntimo. Y entonces el lobo compró un billete y se marchó a vivir a Hawái. Y fue feliz, y comió perdices. 


       Tras unos segundos, el niño, como cada noche, abre los ojos. Y como cada noche también ve que el abuelo se ha dormido.

Lloro Tardío


Fría como el verano antártico,
temblorosa en tus palabras
buscando tu soledad, entre retazos
del último beso, bajo la almohada,
te he pintado entre lienzos adolescentes
entre lunas rojas en París
y en el silencio de los silencios.


Lamento tu hermosura primaveral,
aquella que un día besé
y otro desterraste a las sombras.


Navego entre tus olas a la deriva
en tu mar de ensueños,
en aquella luz oscura.


Ya no concibo miedo
olvidé el amor que no soy yo,
     solo
          en la confusión sin reproches,
               la profundidad salvará
                    tu perpetuo llanto.

Tiempo

Pasó el tiempo de la flor
de los duraznos;
pasó con él la brisa,
enamorada suya,

llevándose al desgaire
las más rosadas horas
y el aire se quedó
con el color sin nombre;
con el dolor sin espina
por haber vivido ayer
de una vez toda la vida
y vivir hoy sin primavera,
mientras del hontanar celeste
fluye la eternidad
al frente mismo de nosotros.
Rodolfo Herrera Tapia
autor del poema que forma parte del libro arriba
reseñado en su apartado SENTIMIENTOS.
Es socio de colaboración de EnR

La Tormenta

... de La Red
El chico leía en la cama cuando un resplandor, acompañado del estrépito de un trueno, apartó la oscuridad de la noche. Los cristales vibraron y el niño se irguió, tenso. Tras la ventana, secuencias en blanco y negro mostraban las ramas de los árboles moviéndose en un baile de sombras chinescas. Se cortó la luz. Un grito sostenido salió de lo más profundo de su garganta. Se ahogaba sin poder moverse. De nuevo se vio tirado en el barro jadeando bajo su padre que, sentado encima, lo tenía cogido por el cuello y apretaba con furia. El miedo le recorría el cuerpo como una sacudida. Dijeron que su padre había muerto, pero siempre volvía con las sombras.

El loco y su cordura

... de la Red
                                             
                          Al arbitrio de mi yo
                          platico conmigo mismo
                          y sin que nadie me lo mande
                          esto es lo que dispongo:


                         Que las noches sean claras
                         aunque muchos las crean oscuras
                         que la mar
                         en su infinita bravura
                         cante como si tuviese violines
                         hechos de cuerdas de agua
                         que la luz cenital no sea la hija
                         de un astro rey llamado sol
                         sino de una inmensa luciérnaga
                         que vaga por el cielo sola
                         y al nacer todas las noches
                         deja inmóvil su farol
                         para convertirse en luna

                         ¿Quién puede mandarle a mi corazón
                         que diga todo lo contrario?
                         Que la locura siempre despierta
                         cuando duerme la razón
                         y aprovecha aquella la ocasión
                         para robarle todos sus sueños
                         transformándolos en locuras

                         Y así el loco
                         puede revivir de nuevo
                         cuerdo siempre en sus locuras





Es voraz el dinero

ES VORAZ EL DINERO, ( Poderoso caballero / es don Dinero).
SU PODER ES INMENSO. ( Francisco de Quevedo).



          El oro es alegría,
          alegra a quien lo embolsa,
          alegra a quien lo goza,
          impide la desdicha;
          él alegra la vida.
          Es siempre alegre sueño.

          Es voraz el dinero,
          es gentilhombre ameno.

          Es sirviente y rentista.
          Juega con la avidez,
          con la insaciable sed
          del ruin en su avaricia
          y usura, y lo esclaviza.
          Tiene un dulce embeleso.

          Es voraz el dinero,
          gentilhombre bicéfalo.

          No pasa por las manos
          del parado, al que aleja
          y excluye del sistema;
          al que vive en precario,
          le provoca desahucios
          agitando un señuelo.

          Es voraz el dinero,
          es banquero siniestro.

          En el CasinoBolsa,
          vilmente la gran Banca,
          -jugador de ventaja-,
          vende infectos papeles
          y Finanzas pervierte
          con suculento rédito.

          Es voraz el dinero,
          financiero perverso.

          Camarillas del hampa,
          que consienten las leyes
          que ahogan a la gente,
          en Cajas hacen caja,
          asaltan nuestras arcas.
          De la Banca es el juego.

          Es voraz el dinero,
          es banquero avariento.

          Lo multiplica el pícaro
          que de forma velada
          compra el favor con plata,
          con sobresueldo indigno,
          a ese poder podrido
          al que debe el sustento.

          Es voraz el dinero,
          es infame y abyecto.

          Lo exhiben engreídos,
          -solo el honesto vence
          su seducción no leve-,
          nuevos duques y pillos,
          atados por su hechizo,
          cogidos en su celo.

          Es voraz el dinero,
          el Gobierno es su siervo. .

          Con su salvaje empuje
          al Hombre pone en saldo,
          -es nuevo ídolo falso-,
          la Democracia sufre,
          somete al que conduce
          y va haciendo atropellos.

          Es voraz el dinero,
          endiosado y violento.

          Los Neoliberales
          nos devoran salarios,
          hacen de España un saldo.
          La bestia es insaciable,
          nos quita libertades.
          Especula el avieso.

          Es voraz el dinero,
          es tirano funesto.

          La gran sierpe marina
          con furor inhumano
          provoca gran naufragio,
          y siembra ruina y grima,
          hundiendo la península,
          aquí todo es infierno.

          Es voraz el dinero,
          su poder es inmenso.

El poema es de
Pablo A. E. Llorente Pérez-Ordoyo