Mi enhorabuena a Google. Se han acordado de que hoy, veinticinco de noviembre de 2017, se cumplen exactamente 455 años del nacimiento de Lope de Vega y le han recordado en su cabecera (véase la imagen).
No doy mucha importancia a las efemérides, pero me agrada saber que en esta enredadera de las redes sociales, entre multitud de intereses, utilidades, ocurrencias, negocios y disparates, hay una gran cantidad de poetas y que muchos celebrarán esta coincidencia de la fecha.
Puede incluso que alguno, recordando al Fénix de los Ingenios, se ponga a practicar aquella antítesis suya tan conocida con la que el gran madrileño responde a los reproches que le hacía Luis de Góngora por ser demasiado claro en sus versos: "oscuro el borrador y el verso claro".
Más allá de la idea inicial contra la oscuridad gongorina de muchos vates, se infiere la idea contraria de que los poetas no tienen por qué escribir "a la pata la llana" y, a fuerza de querer ser espontáneos, versificar de forma vulgar, entre otras cosas por no saber hacerlo de mejor manera.
La naturalidad no tiene por qué estar reñida con la elegancia, la claridad no supone arrastrar simpleza y la franqueza no es necesario que lleve la ingenuidad a las espaldas. La sencillez literaria bien entendida siempre tiene un poso de ilustración.
Hay más elegancia en el gesto directo y evidente que en el retorcimiento retórico y rebuscado.
Además, ese verso de Lope encierra otro mensaje que algunos poetas detestan y que más valiera que tuviesen en cuenta. Dice "oscuro el borrador", con lo que da por supuesto que antes de que un poema vea la luz suelen ser necesarias correcciones, tachaduras y pentimentos. Hace buena aquella otra frase de Paul Valery: "El poema ni se termina, se abandona", o sea que se deja en paz cuando ya no puede corregirse más. Tanto da que el borrador se produzca sobre el papel o la pantalla como en el fondo de la cabeza, cuando vamos dándole vueltas a un asunto hasta pulirlo lo más posible.
Y no es rebuscado corregir, tachar, pulir, es simplemente aplicar a la inspiración y al sentimiento, las mañas del oficio poético hasta hacer patente su condición de arte.
Siento que los amantes del sopetón, de "escribo-lo-primero-que-me-sale-porque-es-mi-sentimiento" empiecen a patalear leyendo esto que digo, pero más valiera que hiciesen caso del gran poeta que fue Valery y del inmenso que fue Lope de Vega, ¿o es que saben más que ellos y escriben mejor?
Puestos a rematar faena, siguiendo la intención de Lope, Luis de Góngora fue un enorme poeta —pese a sus diferencias con todo el parnaso del Siglo de Oro—, pero cuantos oscurecen sus borradores a la búsqueda de la rareza porque sí, sin más intención que la de hacerse oscuros —eso reprochaba el madrileño al cordobés— son unos soplagaitas que en vez de parecerse a Góngora en lo mejor, le remedan en lo peor y se convierten en el pretencioso que denunciaba Alonso Maluenda (EPITAFIO A UN POETA CULTO: Yace aquí un versificante,/ que con lenguaje no terso,/ gastaba en todo su verso / candor, sandalia y brillante./ En lo claro fue ignorante,/ lo culto tuvo por guía, / entre confusión vivía, / tanto, que fue en tal abismo / tan obscuro, que aun él mismo / no entendió lo que escribía.).
Esto no es un verso de oscuro borrador, pero ¿ha quedado claro?
Enrique Gracia Trinidad es el autor de este artículo |
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Soneto de Lope de Vega, que termina con el famoso verso:
Livio, yo siempre fui vuestro devoto,
nunca a la fe de la amistad perjuro;
vos en amor, como en los versos, duro,
tenéis el lazo a consonantes roto.
Si vos imperceptible, si remoto,
yo blando, fácil, elegante y puro;
tan claro escribo como vos escuro:
la vega es llana e intrincado el soto.
También soy yo del ornamento amigo;
sólo en los tropos imposibles paro
y de este error mis números desligo.
En la sentencia sólida reparo,
porque dejen la pluma y el castigo
oscuro el borrador y el verso claro.