La luz del amanecer era extraña, distinta. Un resplandor tenue llenaba el ambiente de melancolías antiguas, perdidas en un ayer ya casi olvidado. La habitación, en penumbra, se fue llenando de poemas grisáceos, dibujados con palabras rotas, carentes de todo sentido. El amanecer no brillaba como siempre, los rayos del sol, todavía adormilados, se desvanecían por recuerdos borrosos.
Había que ponerse en marcha, partir, huir de la soledad de aquellas cuatro paredes, estúpidas y aburridas, que mostraban imágenes de tardes amargas, borrachas de pecados absurdos que no permitían salirse del esquema fijado por mentes retorcidas. Los últimos versos se perdían por los rincones de una senda humillada por el miedo de un ayer rencoroso.
Me despoje de complejos absurdos, temores sin fundamentos, vistiéndome con palabras nuevas, pensamientos positivos que pudieran arrastrarme más allá del recodo y poder ver, con mis casados ojos, la silueta dorada del horizonte, con ver sólo la silueta, por delgada que fuera, sería dichoso, me daría la fuerza necesaria para continuar luchando por los sueños que me negaba el destino.
Las huellas de los futuros pasos aguardaban con impaciencia, no aguantaban más aquella demora, tenían que ponerse en marcha y dejar atrás los tormentosos silencios llenos de rencores desconocidos, de gritos insoportables que, poco a poco, se habían adueñado de las esperanzas de mi alma,
Salí con urgencia, necesitaba alejarme de aquella luz tan mortecina del amanecer, tenía que huir y buscar alguna senda luminosa por la que perderme, para siempre, con esperanzas nuevas, relucientes, positivas. Era necesario hallar palabras con las que poder dibujar poemas transparentes, cargados de ilusiones aún por soñar.
Mis pasos seguirían, enloquecidos, buscando el sentido a la existencia, tratarían de descubrir el secreto, amargo, de las ausencias que no podía comprender, no soportaba la ingratitud y la soberbia del comportamiento del amor. No resistía más el abandono de las palabras, los dolorosos silencios que me perseguían a través de calles vacías, me resistía a llegar donde no me esperaba nadie, tan solo ausencias, siempre ausencias y notas en blanco que me escupían soledad.
Por eso, era preciso salir huyendo de las redes melancólicas de aquel amanecer tan extraño y tratar, de nuevo, de escribir el poema de la vida con la comprensión delicada de las palabras.