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... de La Red |
Estoy sentado en una piedra, la vara sobre mis rodillas, el sombrero en la cabeza: la paja sobre mis pensamientos.
El mundo desciende muy despacio, hasta un pueblo en volandas de una luz casi alba: los recuerdos no tienen fisuras.
Hay un gran abejorro negro, monstruo pleistocénico en mis ojos, con ruido de helicóptero averiado: la flores tiemblan de gozo.
El frío del noctámbulo persiste. Las orejas del perro descansan. Las paredes, una sombra gris: esto es el mundo salvaje.
Y de repente un batir de alas sobre la piedra, hasta conformar un águila real: miramos el esplendor en plumas.
Los ojos no son humanos, hay una herida de siglos, una determinación endémica y sorpresiva: escalofríos en un cáliz vacío.
El tiempo se detiene allí, en aquella estampa de tiempo, como una vieja migaja perdida: luego el vuelo rompe todo.
Cada día ocurren estos milagros en el viejo jardín recóndito, sin que exista causa alguna: de la nada, los sueños.