recordad que la llave la tiene la vecina.
Disculpad si encontráis cierto desorden,
pero a veces me dejo llevar por la desgana.
Probablemente halléis sobre la mesa
las fotos de mis hijos y mis nietos
-quién no ha sufrido nunca
alguna acometida de nostalgia-,
un libro de poemas con versos subrayados,
un cenicero sucio y una copa
con un resto de hielo derretido.
Tal vez esté sonando
el disco de Eric Clapton que escucho con frecuencia
mientras cierro los ojos y evoco aquel abrazo
que nunca adiviné que era una despedida.
Y si acaso encontráis en la pantalla
un poema de amor al que le falten
las últimas estrofas,
terminadlo vosotros. Es posible
que haya un final feliz en vuestros versos.