y, cada mañana, destapo con cuidado
la fragancia que las protege
de las infamias crueles del silencio.
Intento embriagarme con la esencia
oculta de sus amaneceres,
pretendo entrar en su paraíso
y huir, definitivamente, de las prisas
innecesarias por llegar
a ninguna parte.
Me acoge con cariño, con un mimo
excesivo, maternal, pero no soy capaz
de liberarme de los complejos
absurdos de un ayer muy lejano.
Tengo miedo de perderme
en una huida sin retorno.
Soy incapaz de arrancar
las miserias del alma.
No quiero, ni pretendo, ahogar
a las palabras con las lágrimas
desesperadas de mi soledad.
Tan sólo deseo contemplar
el nuevo amanecer
y respirar las cálidas fragancias
que brotan de la alacena
del olvido.