“¿Quién eres, ese niño asustado o ese hombre que impone su voluntad sin mirar atrás?”. Me sobresaltó esa pregunta y no supe qué contestar. La he oído tantas veces... y tantas respuestas he buscado pero aún no la he encontrado.
Como no tengo amigos, cada atardecer después del trabajo, me siento a ver el mar, el vaivén de las olas que como mis pensamientos vuelven una y otra vez -el tiempo pasa sin descanso como la vida, somos polvo en el viento y cuerpo en la tierra, que irreal parece lo real-. De nuevo oigo esa voz: “a preguntas vivas, respuestas vivas”.
De vuelta a casa, caminaba por ese camino que recorro cada día al atardecer, me gusta recordar una frase de Omar ibn al-Jayyam “Lámparas que se apagan, esperanzas que se encienden: la aurora. Lámparas que se encienden, esperanzas que se apagan: la noche”. A mi manera, saludo también al nuevo día en el otro extremo y a éste atardecer, le deseo felices sueños.
Pensaba en Persia, cuna de grandes pensadores y personajes, entre otros muchos, Avicena y Omar Jayyam -hombres polifacéticos separados en el tiempo y unidos en el espíritu-, siempre me han hecho sentir reminiscencias de una fragancia de azafrán y de jazmín. Recordaba unos versos de Omar sobre ese maravilloso elixir llamado vino: “si los amantes del vino y del amor van al infierno, vacío debe estar el paraíso”. “…Sonríe… Toma este cántaro y bebamos, escuchando serenamente el silencio del cosmos”; no sé lo que pasó, caí en la inconsciencia; tal vez, me doblé un pie y al caerme me golpeé en la cabeza.
En el mismo instante en que dije ay, “me encontraba en un lugar muy agradable, luminoso y de ambiente festivo, me sentía dichoso. No sabía dónde estaba y poco me importaba; solo sentía una serenidad como nunca antes la había sentido. Me senté en un sillón muy confortable y delante de mí, una pantalla enorme donde se proyectaba mi vida -desde que nací hasta este instante. Vi la alegría de mis padres cuando nací, sensaciones y emociones…; niñez: juegos, amigos, risas, caricias y cariño de mi madre, sensaciones y emociones…; adolescencia: colegio, amigos, chicas, primeros besos… secretos… sensaciones y emociones…; juventud: estudios, sueños, independencia y soledad, amores y desamores, caídas y subidas, errores y aciertos, sensaciones y emociones…; adultez: relaciones y compromisos, separaciones, hijos y otras relaciones, trabajo, amistad, traiciones, problemas, historias acabadas e inacabadas, tristeza de cosas irrealizables, sensaciones y emociones...
Cada época tenía su pantalla así pude ver todas las etapas de mi vida en su conjunto; recuerdos olvidados vuelven galopando como caballos salvajes. Ruidos disonantes en mi familia; traiciones de amigos y relaciones; trabajos que no me gustaban y días duros para mantener a mi familia; problemas sin solucionar guardados en el cajón de mi escritorio.
Todos son sentimientos intensos. Reconozco que soy una persona con miedos, escondida en mi ego imponiendo mi voluntad a todo aquel que me rodea. Viendo estas imágenes me doy cuenta de cuantas cosas he pasado por alto y qué poco he aprendido de todas esas lecciones que la vida me ha puesto en el camino. Pasiones desbocadas, traiciones sufridas y realizadas, pocas alegrías y un respeto disfrazado de miedo… Veía escenas agradables y entrañables y otras amargas como la hiel que me escocían hasta el alma. Empecé a removerme en ese sillón tan confortable. Se hizo el silencio, la pantalla se quedó sin imagen.
Comprendí que todo tenía un porqué, me había llenado de miedos, sufrimientos, resentimientos, apegos… Lágrimas amargas escocían mis ojos, sentí un pesar tremendo en el corazón cuando vi el sufrimiento que había causado a la mujer que amaba, a mis hijos, a mis amigos…, mi vida ha sido una huida de mí mismo. Momentos amargos de autocompasión y de excusas.
Se volvió a iluminar la pantalla, tomé consciencia que todas esas personas que han formado y forman parte de mi vida, han sido maestros a los que ignoré, creándome yo solo esta altivez. Vuelvo a ver mi presente y una pantalla de un blanco radiante y brillante se enciende para que yo pueda realizar esta nueva fase de mi vida. Solo yo soy responsable y de mí dependerá la forma que tome el destino.
Las pantallas se apagan y siento un escalofrío. Abro los ojos y veo a mis hijos que con ojos llorosos me abrazan y me dicen “¡has vuelto!”.
Lloro de felicidad al ver que mis hijos están a mi lado y no me han olvidado y porque he comprendido el porqué de mi huida. “Cuando tenía cuatro años me caí de un árbol y una piedra puntiaguda se clavó en medio de mi frente, dejándome mal herido, aún guardo esta cicatriz en la frente y en mi alma. A partir de ahí empecé a tartamudear. Mi padre me hizo sentir que era un fracasado. Sufrí mucho de burlas cuando era pequeño y joven; esas palabras hirientes me hicieron construir una coraza de acero para que nadie más me viera como un fracasado. Tuve que sacar mucha fuerza y voluntad para enfrentarme a la vida, hoy dulces lágrimas de perdón corren por mis mejillas. El niño asustado ha salido y el hombre altivo se ha ido. Descubro que soy una persona nueva con nostalgia de una vida perdida que compensó el miedo por ego. Ahora vuelvo a vivir y estoy preparado para amar y enmendar mis errores”.
En el silencio de mi corazón, una lección ha quedado grabada a fuego “hay que ser observadores de nosotros mismos para poder cambiar los escenarios de nuestra vida”.
Real o irreal, somos cuerpo y energía, somos polvo en el universo. El secreto es unir esos lazos invisibles para encontrar el equilibrio y la armonía.