Me dice un buen amigo, optimista de su natural, que nos queda lo mejor, que la vida empieza ahora. Y me lo dice con tal sonrisa y con tal brillo de felicidad en los ojos que, oye, me ha convencido.
Basta ya de añoranza del pasado, de recordar aquellos besos en los que me hice líquida, aquellos abrazos en los que me perdí sin querer que me encontraran, aquellos...—Venga, Anita, no flipes, que tampoco fue para tanto—. Y, lo que es peor, basta ya de pensar en los que no di ni podré dar ya nunca, mayormente porque están muertos. Basta ya.
Porque toca pensar en el futuro, la vida empieza ahora. Así que he concentrado toda mi ilusión y mi energía en eso, en el futuro, en lo que queda.
Para empezar, aconsejada por Mabel, una chica muy mona y muy simpática que me atiende en el banco, me he hecho un seguro de decesos, para que cuando llegue lo que tiene que llegar no les resulte gravoso a mis hijos, porque ya es jodido perder a una madre, aunque esa madre sea yo, para que encima les cueste una pasta.
Luego me he comprado una faja ortopédica que me sujete las lumbares, la mar de sexy, oiga. Y estoy mirando en internet sillas de ruedas todo terreno, con motor, claro, que siempre me ha gustado ser autónoma. Y con un cestito para llevar la compra. No sé si mudarme a un bajo, aunque también ando mirando residencias de ancianos que estén cerca de un buen bar de copas o de una tasca acogedora y familiar, y que tengan wifi. Pero eso sí, nada ni nadie me va a impedir que un par de veces al año haga una locura y me vaya a un balneario a tomar las aguas.
Tengo una ilusión y una alegría por todo el cuerpo que no me aguanto ni yo.
La vida empieza ahora, dicen.