Observo mi folio en blanco, ése en el que quiero plasmar mis pensamientos, en plena oscuridad, a las doce de una noche de invierno mientras llueve, pero no me deja. ¿Cuántas patas tiene?, ¿ocho? Las va poniendo despacio, una en cada esquina del papel, y el roce de la carne y el vacío, produce una música diabólica, un extraño tritono enloquecedor. No hay palabras, se han perdido las vocales y la tinta. El insecto posa sus otras cuatro patas, despacio, muy despacio, en el centro del papel, buscando un equilibrio, una traducción coherente. Y me acerco a él y le pregunto:
- ¿Cuáles de tus patas son tus manos?
- Parece no entenderme, no responde.
Busco, en mi mochila de agujeros, la paciencia, y no la veo.
- ¿Cuántos ojos tienen las arañas? ¿eres una araña de verdad?
Y el bicho no me mira. Ocho patas y ocho ojos, creo. Es como si no creyera nada. Entonces levanta la cabeza y me mira. Me mira y piensa. Se que piensa, pero no la entiendo. Y me mira. No sé con qué ojos, pero me mira. Me mira y escribe. Escribe. No sé lo que escribe, pero escribe. El papel está manchado de ideas. Las líneas, las ideas, tienen una sola dirección, un sentido. Y vuelvo a mirarla y le pregunto mientras el único sentido que me queda, me abandona. Todos mis sentidos están ahora presos en sus patas. Y aún le sobran patas. Me faltan las palabras y no escribo. Me faltan las vocales y el aliento. Me falta el aliento y se paran los relojes. Y no escribo. Miro el papel. El papel está manchado con ideas ausentes de vocales. El papel está manchado con ideas que no entiendo. No puedo traducirlas con coherencia. Me faltan los sentidos. En un relámpago dibujo una mirada. Una mirada que no existe. Me faltan los sentidos. Con sus ojos me mira y no me ve, me habla y no la entiendo. Me piensa y no la oigo, y sigue en blanco el papel, esperando, tal vez la ira, la cordura la discordia. Y yo también espero. Espero que venga la locura. Y la araña me mira. Me mira y se levanta. Se levanta y me ataca. Y espero que venga la locura y me posea. La araña se levanta, me ataca y me posee despacio. Despacio, muy despacio, como si estuviera escribiendo sin vocales. Y me posea al margen del tiempo y del papel. Y me posea mientras se borra mi imagen del espejo, y descanso, como si no hubiera nada más allá de las ventanas.
Autor: José María Garrido.
Autor: José María Garrido.