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La soberbia humana

LA SOBERBIA HUMANA


El hombre es un soberbio, no acepta que el prójimo no necesite su ayuda para vencer las adversidades de la vida, se siente terriblemente ofendido, no acepta que los demás puedan superar grandes obstáculos sin solicitar su apoyo. No les comprende, sus consejos son imprescindibles para que puedan seguir el camino, en muchas ocasiones, terriblemente duro, incluso para él, pero él cuenta con recursos adecuados para salir adelante. 

Qué pueden hacer esos pobres individuos que no saben ni hablar? Si aceptasen sus sabios consejos todo les iría mucho mejor, sin embargo, parece que huyen de su presencia y continúan caminando hacia la incertidumbre del destino, como si los problemas no fueran con ellos. Son unos pobres insensatos. 

La soberbia humana es infinita, los poderosos ejercen su poder de una forma inhumana, sin importarles, para nada, la debilidad del prójimo, tan sólo se preocupan por acumular riquezas que no podrán disfrutar jamás. Su dinero no sirve para comprar amaneceres limpios ni puede enjugar las lágrimas nostálgicas del atardecer. Ellos, con su dinero ruin, compran sentimientos fríos, acarician cuerpos ausentes que no pueden escapar de las redes de la incomprensión, se tienen que someter a sus caprichos y satisfacer todos sus deseos, sin oponer ninguna resistencia. Faltaría más. Solo pueden rezar en silencio, las palabras, dispuestas a gritar todas sus amarguras, desaparecen en los espejos rotos de las miserias humanas donde las imágenes se borran definitivamente y el sendero huye hacia el olvido más doloroso. 

Las plegarias resuenan en el horizonte, se dibujan viejas imágenes de un ayer cansado, abatido por los reproches de un tiempo que apenas entienden. Las viejas costumbres desaparecen por los parques secretos de la melancolía, entre las últimas ilusiones de amores imposibles. En algún rincón perdido, lejos del ruido de la sociedad desquiciada, aún posible escuchar las viejas canciones que conmovían a los corazones repletos de esperanzas doradas. 

Las calles, llenas de vidas, de sentimientos, de emociones que jamás parecen desfallecer, esconden sombras que desean acabar con el orden establecido, quieren imponer sus criterios, enarbolan sus banderas de odio, sus colores están teñidos con la sangre inocente de las víctimas que se llevan por delante. Destruyen, a su paso, todo aquello que no cuente con su aprobación, asesinan, sin compasión, a quienes no acepten su credo. Desean construir la sociedad nueva, similar al paraíso que les espera tras cualquier recodo del camino. Se creen los elegidos para disfrutar de fabulosas riquezas, considerándose los verdaderos profetas que guían a los individuos vulgares a su propia muerte. 

Los seres normales, únicamente, desean continuar la senda de sus deseos y disfrutar de las pequeñas cosas, por sencillas que sean, quieren compartirlas con los demás, no importa raza ni el color de la piel, en su mesa siempre hay un sitio vacío para recibir al desconocido, sus manos siempre están dispuestas a acoger y, en los bolsillos, suelen guardar, con celo, unas monedas para aplacar, desinteresadamente, hambres eternas, curar enfermedades dolorosas que la soberbia de los poderosos tratan de comprar a cambio de altos intereses, dicen que quieren ser solidarios, pero sólo desean aumentar su poder a cambio de los sufrimientos de los demás. En su horizonte solo se dibujan cifras desorbitadas que los seres vulgares no pueden imaginar, en sus sueños sólo aparecen amaneceres cubiertos de esperanzas que la soberbia humana jamás podrá comprar.