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Todos esos rincones deliciosos por donde tus pies pasean; las pequeñas cosas que tocas con tus manos e incluso los dulces sabores que tu lengua paladea, puedo yo imaginarlos cuando te sueño sin que tú te des cuentas. Te contemplo libremente, como si pudiera observarte a través de un delicado cristal que permitiera ser atravesado.
Hay quien dice que ya no existen las diosas, que hace mucho tiempo cuando el Mundo dejó de ser puro se extinguieron; pero yo no me lo creo y me reafirmo en ti, porque cuando no te veo, me falta la Vida. No siento deseo alguno por nada ni nadie; ni siquiera puedo comer ni respirar, pues mi cuerpo, al compás de mi alma, comprende que nada lo alimenta, sólo tú eres su único alimento.
A veces van pasando los días y no consigo poseer tu cuerpo; y entonces acabo sumergiéndome en un denso sueño, tan denso como una inacabable noche de luna llena. Y allí, dentro de ese magno espacio, a espaldas de un sol que nunca nace, puedo verte emerger rodeada de una multitud de brillantes rayos que se desbordan desde las profundidades de un inmenso Océano; de un Océano que sólo yo sé crear. Vienes hacia mí enfundada en una translúcida malla de perlas marinas, tus cabellos desenvueltos como banderas al viento. Y al alcanzarme, de tu boca brotan siempre estas dulces palabras: "Vengo a ti porque me has llamado; y por propia voluntad te hago entrega de todo lo que soy".
Ese es el vívido recuerdo que me acompaña en el afortunado despertar de algunos días. Por eso he acabado por imponerme este lucido pensamiento: "Si has logrado soñarlo, lo has vivido realmente" ¿No es eso cierto?