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Las palabras se rompieron en el atardecer, quisieron volar demasiado alto, pretendieron conquistar un tesoro que no les pertenecía, pensaban que no hacían daño a nadie, todo era un inocente juego que a nadie tenía por qué molestar. Las palabras dibujaban, sin cesar, versos en un atardecer cada vez más sombrío, cargado de ausencias y recuerdos desconocidos.
Todo era absurdo, un sueño irreal que sólo quería huir de una soledad inaguantable que nunca había conocido el amor, una soledad repleta de besos y caricias que jamás me pertenecieron, sólo eran vulgares sombras que me rodeaban, murmuraban continuaban frases que no llegaba a entender, eran demasiado hermosas para mí. Siempre estuvieron ahí animándome a seguir la senda de la vida y, en muchas ocasiones, me consolaron y me hicieron ver que no valía la pena arrojar la toalla cuando la vida nos ofrece tantas oportunidades.
Sin embargo, aquella tarde esas queridas compañeras dejaron de ser vulgares sombras y me abandonaron, perdieron su compostura, me abandonaron sin saber el motivo. Desde entonces la tarde me mira con rencor y su ausencia me ha dejado un sentimiento de culpa que no llego a asimilar.
Tal vez, algún día regresen y me devuelvan los verdaderos colores del atardecer y pueda acabar mi gran poema de amor.