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Dos semanas más tarde habían llegado a territorio de Nuevo México. Instalaron el campamento a poco más de dos leguas de la cuenca de Silver City. El Capitán Alan Green le dio permiso al soldado Billy Joel para vestir de minero con el objetivo de bajar al pueblo y hacerse con toda la información posible.
La cuenca trabajaba afanosamente. El ejército de la Unión necesitaba dinero y acuciaba a los mineros. Había soldados vigilando los trabajos, a las órdenes del comisario encargado de la zona, todo por cuenta del Gobierno.
Billy Joel, que tenía fama de mujeriego y hablador, también de astuto, visitó varios salones — cantinas con barra, mesas redondas en las que tomar una copa, escenario donde las chicas enseñaban el traseros, todo en madera, etc. — buscando en la locuacidad de las mujeres la información que necesitaba. No tardó en saber que los mineros sospechosos de sudistas habían sido separados de sus parcelas, controlados de un modo riguroso.
Lo sucedido en Virginia City, en Montana, pocos meses atrás, había hecho tomar medidas de máxima precaución. A Billy Joel se le llenaba la cara con una sonrisa burlona cuando recordaba que a pesar de las dificultades, de las muchas dificultades, se había sacado mucho oro con destino al ejército de los confederados en aquella ciudad.
Estaba bailando con una pelirroja llamada Aretha, en un salón del pueblo, cuando entraron unos mineros a quienes les miraban con recelo los demás.
—¿Qué pasa con ésos? — preguntó a la muchacha —. Parece que les dan de lado.
—¿Es que no eres de aquí? Son sudistas.
— Llegué hace poco a la cuenca. Es mi primera visita al poblado — respondió.
Los mineros acusados de sudistas estaban aislados. Billy Joel trató de acercarse a ellos, pero no encontraba oportunidad. Bebió unos vasos de whisky y, haciéndose el borracho, se decidió al fin. Necesitaba llevar toda la información posible a su capitán.
—¿Queréis tomar un whisky conmigo? — les dijo en voz alta—.He empezado a ver buenas pepitas y quiero celebrarlo.
— Será mejor que bebas solo. Nuestra compañía no le traerá ningún bien — dijo uno de los mineros.
Billy Joel observó el miedo que vibraba en estas palabras.
—¿Por qué? No me importa; quiero celebrar mi suerte…¡Barman, pon whisky para éstos también!
Tres mineros del otro lado del salón se acercaron a ellos. Uno de ellos dijo mirando a Billy Joel:
— Tú eres extraño aquí. No te he visto antes de ahora...
Y a renglón seguido le preguntó a los sudistas:
— ¿Le conocéis vosotros?
— No, nos ha invitado porque...
— ¡Quiero! Hago lo que me parece con mi dinero, ¿te importa algo a ti? —respondió Billy Joel, encarándose con el minero que preguntaba como si estuviera bebido en realidad.
— ¿Eres minero?
— ¿Y tú? — replicó Billy Joel, haciendo sonreír a los testigos.
— No nos gustan los forasteros — añadió el minero.
— Tengo mi parcela — dijo Billy Joel.
— ¿Dónde?
— Quieres ir a robarme, ¿eh? Has oído que encontré buenas pepitas y quieres robarme. ¡Pues no te diré dónde está!
— ¿Te das cuenta de que me estás llamando ladrón?
— ¿Y no lo eres acaso? ¿Por qué quieres saber dónde está mi parcela? Déjame en paz, que me estás cansando. Bebed vosotros, no le hagáis caso.