a la vuelta, en el vórtice.
Y la tengo abrazada a mi árbol; sus ojos resplandecen,
besan mis manos. Y si sangro dorados hilos de palabras;
las piernas recoge, la cabeza ladea.
Y pongo la poesía en la ventana; ella se sienta,
mira el libro. Y sigue mi voz como en sueños;
una música angular, un tañido huérfano.
Y entro también yo en el círculo; la ansiedad cae,
desde lo alto. Y llega una calma de mansedumbres redonda;
es la ternura, borde y rumbo.
Y La Cari se tiñe de negro; es la heredad,
junto a nosotros. Y los ojos de ella parecen decir
que me quiere, que nos queremos.