La profética pesadilla cambió su mundo. Dejó su carrera como jockey porque empezó a aborrecer los puntos de colores de su vestimenta. Renunció a comer albóndigas por su disposición sobre la salsa del plato y era incapaz de soportar la visión de un vestido de faralaes o los de la mismísima Minnie Mouse.
Nadie le advirtió que, por ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a la boca, se podía también morir de amor.