Al doctor Felipe Vázquez,
magnífico conferenciante.
Y a todos su contertulios
en la Noche de Madrid.
Alrededor de la mesa las sillas.
En las sillas cuatro mujeres sonríen.
Cinco hombres de lustre y apellidos.
Nueve movimientos para la noche madrileña.
Hay un eco ilustrado de Puebla
en lontananza, en la esquina crítica.
Y un compadre mixteco con ínfulas
nocturnas a la izquierda del eje.
San Luis de Potosí tiene perfil
gongorino en esta noche de primavera.
Guadalajara españolea en Pablos y amontona
unos versos rosados de sílabas contadas.
A mi derecha la mujer periodista,
la esposa perfecta de acentos lejanos.
Le brillan los ojos cuando platico
y le riela una sonrisa alargada.
Desde aquí llega el eterno sortilegio
de una poesía que labra distancias.
A mi izquierda mi esposa marinea
una sonrisa en ascuas de lumbre.
María ofrece sonrisas, y una arena
que son miles de ojos recónditos.
A su lado la niña dormita
bajo un paragua de ruedos ibéricos.
El otro lado del Atlántico salta
sobre la mesa en suaves olas.
Hay un hueco verdadero de humanidad
volteando la verja de los silencios.
Rulfo y Arreola se saben márgenes
desde un texto futuro, cazadores invisibles,
huesos abandonados de sus almas, presentes
en esta noche de palabras notables.
en esta noche de palabras notables.