La foto es de mi propiedad |
Nos pasamos el resto de la tarde bajo un cielo cambiante, sol, nubes blancas, nubes negras; cayeron incluso algunas gotas. Vimos la isla de Ízaro Films, o un doble, que estas cosas nunca se sabe: la perspectiva siempre tiene sus inconvenientes. Y, al final, como remate de este viaje al corazón de la isla, paramos en territorio comanche.
Ibiza estaba cerrada por descanso, con un mar cambiante al fondo, como un escenario.
La foto es de mi propiedad |
Ibiza estaba cerrada por descanso, con un mar cambiante al fondo, como un escenario.
La noche en el caserón solitario pasó sin que cayera en el folio palabra alguna. Una noche sin sueños. Lo mismo que el sábado, un día que nació muerto. Pusimos el GPS. Llegamos en nada a Santa Eulària. De paso hacia Santa Carles de Peralta coincidimos con un viaje del INSERSO en la visita al mercadillo hippie, comimos en Sant Joan de Labritja, vimos las cuevas de cuyo nombre no me acuerdo, no es que no quiera, es que no me acuerdo. Y otra vez el caserón. Otra noche sin sueños.
Ibiza estaba cerrada por descanso, con un mar cambiante al fondo y abajo, bajo las alas del avión, como un escenario.
El domingo volvimos al aeropuerto. Atrás se quedaba, para siempre, el paseo nocturno por la playa en Sant Antonio de Portmany, la isla, el minúsculo corazón de la isla que una vez acariciaron nuestros corazones. Subimos, ascendimos. Entramos en un espacio blanco. Sólo aquella blancura. Nada abajo, nada arriba, nada a los lados. Sólo ese espacio cegador. Elena me dijo que tenía miedo. Yo le cogí la mano. Me la lleve a los labios. Le di un beso. No te preocupes, dije, esto es como el folio en blanco. Da un poco de miedo. Pero no es nada. Sólo este vapor de agua teñido que te ciega los ojos. Luego, de pronto, Madrid, desde arriba, quieta como una araña dormida.
La noche en el caserón solitario pasó sin que cayera en el folio palabra alguna. Una noche sin sueños. Lo mismo que el sábado, un día que nació muerto. Pusimos el GPS. Llegamos en nada a Santa Eulària. De paso hacia Santa Carles de Peralta coincidimos con un viaje del INSERSO en la visita al mercadillo hippie, comimos en Sant Joan de Labritja, vimos las cuevas de cuyo nombre no me acuerdo, no es que no quiera, es que no me acuerdo. Y otra vez el caserón. Otra noche sin sueños.
Ibiza estaba cerrada por descanso, con un mar cambiante al fondo y abajo, bajo las alas del avión, como un escenario.
El domingo volvimos al aeropuerto. Atrás se quedaba, para siempre, el paseo nocturno por la playa en Sant Antonio de Portmany, la isla, el minúsculo corazón de la isla que una vez acariciaron nuestros corazones. Subimos, ascendimos. Entramos en un espacio blanco. Sólo aquella blancura. Nada abajo, nada arriba, nada a los lados. Sólo ese espacio cegador. Elena me dijo que tenía miedo. Yo le cogí la mano. Me la lleve a los labios. Le di un beso. No te preocupes, dije, esto es como el folio en blanco. Da un poco de miedo. Pero no es nada. Sólo este vapor de agua teñido que te ciega los ojos. Luego, de pronto, Madrid, desde arriba, quieta como una araña dormida.