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VASILI AJMÁTOV, Relato de José Mª Garrido.


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Vasili Ajmátov vive en un caserón grande, frío, desangelado, a mitad del camino del cementerio. Nadie sabe los años que tiene, ni a qué se dedica. Lleva un pequeño espejo redondo a todas partes y cuando nadie le ve, le lanza furtivas miradas.
-¿Soy yo? - se pregunta -, Imposible. No soy escritor. ¡Ojalá lo fuese!
La imagen que le devuelve es siempre la misma, le recuerda al  rostro de Kafka tanto en las noches de plenilunio como en las tardes de tormenta. Un rostro, solitario y taciturno.

Desde que se fue, nadie le visita. por eso pasa las tardes dando largos paseos por el camino del desfiladero, donde los grandes peros dejan caer sus extraños y amargos frutos en otoño. Va acompañado de su cuchillo de monte. Su hoja tiene un color arrebol; le gusta utilizarlo despacio, con cierta parsimonia, sobre todo cuando ya no grita.  La última vez, tuvo que limpiar el mango como un carnicero. Recuerda aquellos siete memorables minutos de placer, después de trazar en su piel un mapa con coordenadas imprecisas como sus propias arrugas.
Se acerca, no le ve, no grita.
Tiene una altura considerable y viste un traje marrón combinado con el verde.
Sigiloso, se acerca un poco más. Su brazo siente la ternura mientras acaricia su tronco. Sus dedos siguen levemente las arrugas de su traje.  Es valiente, no se mueve. Está seguro de que aprecia el latido de su piel. Su mano se va al cinto.
Acerca la punta a sus arrugas, solo tiene que apretar un poco más.
Está solo. Se empina para perfilar su obra sin perder el equilibrio.

¡El espejo!Al caer se golpea con una piedra, pero no se rompe. No puede evitarlo, sus ojos se van hacia él. ¿Un monstruo? Aprieta, no grita, mueve su mano con delicadeza hasta que su corazón se desploma.
Es grande como su puño.
En el vacío que deja escribe su nombre:  “Asun”.

 Nunca la olvidará.


José María Garrido
28 de octubre de 2018