(foto de la red)
Lo primero de todo es retirar enseres y recuerdos.
Subir hasta la aurícula derecha y espantar a las palomas que allí habitan. No querrán irse,
seguramente, y en ese caso, la mejor fórmula es darle a cada una un mensaje, o el mismo para todas, y conminarlas a propagarlos alrededor del mundo y sus satélites. Habremos de arengarlas con un enfervorecido discurso sobre las grandes misiones de la vida, el bien común y la inmortalidad de la obra escrita. Y así, ellas solas y por propia voluntad, levantarán el vuelo camino de cualquier lugar, dispuestas a dar la vida en tan alta misión.
Limpio el palomar continuaremos por el “sobrao”.
Subiremos a la aurícula izquierda. Con prudencia abriremos la puerta después de correr sigilosamente el cerrojo. No por miedo a ahuyentar a nadie y que salga despavorido. Allí se guardan aciagos fantasmas, recuerdos y voces que pueden volver loco al hombre más cabal.
Como íbamos diciendo, con suavidad abriremos la puerta. Que no nos sorprendan las luces que revolotean por las paredes, que no nos sorprendan las melodías que espesan el aire y corren como brisas, no nos dejemos llevar por los escalofríos que nos provocarán los sentimientos materializados en volutas de humo. Será imprescindible usar mascarilla y botella de oxígeno para realizar la operación.
Aquí la solución es más fácil: polvo de primavera, a base de aroma de margarita, alas de mariposa y alguna que otra tontería de estas. Como cebo que se pone a los animales para llevarlos a la trampa, lo iremos esparciendo en dirección a la ventana, y luego a través de esta, hasta que todo lo allí recluido haya salido atraído por su esencia. Pudiera ser un problema que el corazón sea de poeta, ¡mala cosa! en este caso habrá que recurrir a un especialista.
Limpias las aurículas es momento de montar el andamio para completar el trabajo.
Habrá que dejar espacio suficiente para el latido pues, aunque esté en fase de desmontaje, el corazón seguirá latiendo. Ahora, poco a poco, iremos retirando la sustancia de la que se compone el órgano, roja y espesa, con sumo cuidado de que no toque en parte alguna del cuerpo de los obreros, o caerán poseídos de una terrible melancolía, de muy difícil curación, y que en casos extremos no tiene más remedio que el sacrificio.
Con paletas de plata pura iremos recogiendo su materia, suave y brillante, hasta llegar al armazón. La depositaremos en cubos de cristal bruñido y se los daremos a verdes cotorras para su traslado, vía aérea, hasta las llanuras del amanecer, para su posterior tratamiento y reciclado.
Llegó el momento más difícil, el más delicado.
Puestas al descubierto las áureas estructuras se hace preciso una fina labor de orfebrería para deshacer los nudos, desprender las fibras de las cordadas e ir depositándolas, una por una, en cajetines de terciopelo y madera de sándalo. Daremos los cajetines a los leones para su custodia y traslado hasta el viejo zapatero de las esquinas, quien con suma paciencia y cariño fabricará botas y zapatos, solo aptos para caminos cuánticos.
Ya limpio, el corazón persistirá en latir. Invadirá el aire su pulsión, con suave bamboleo llegará hasta el horizonte, hasta el límite extremo de la atmósfera, llegará al sol y los planetas. Llegará
hasta el principio de los tiempos.