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Ábreme la puerta, divina aurora,
de tu corazón aterciopelado,
pues desea el mío desesperado,
con el beso en espiral que enamora,
y acelera el latido apasionado
de tu cielo que suspira entornado,
rociarme con caricias en esta hora.
Llama alada de variados fulgores,
en el campo pleno de primavera,
te donan su aroma todas las flores,
mientras las aves trovan sus canciones,
en la glauca orilla de la rivera
donde se bañan nuestras emociones.
(del poemario VIENTOS DEL VERSO)