Hoy es

EBANI,s (Entidades biológicas aéreas no identificadas)



     

Los gobiernos más poderosos de la Tierra estudian el fenómeno OVNI dedicándole no pocos recursos económicos. Los avistamientos suman cientos de miles solamente considerando los últimos setenta años. El proyecto “Libro Azul”, auspiciado por las Fuerzas Aéreas de USA, llegaron a contabilizar 12.618 casos únicamente en E.E.U.U. durante sus 17 años de actividad. En el 2014, por ejemplo, se registraron 8.619 en todo el mundo, contabilizando únicamente, como es lógico, aquellos que fueron reportados a las autoridades del rango que sea o al menos se hicieron públicos por cualquier medio. 


Y tengamos por cierto que la inmensa mayoría de las veces los avistamientos no son confesados por los testigos.
Quizás miles de ellos callan por prudencia para evitar parecer locos o ser tomados a guasa, o tal vez son autocensurados por su propio subconsciente ante el temor a lo desconocido e ininteligible. 

Los investigadores vienen dando explicación natural a buena parte de ellos, amén de descartar la proporción fabulada por mentirosos mitómanos, que al parecer es fácil de determinar, como un 8 % según algunas fuentes, pero dejan sin esclarecer en absoluto una elevadísima cifra de “encuentros” incuestionables… 

Es evidente que la gente ve cosas extrañas evolucionando en el cielo, tanto diurno como nocturno y, por término general, no suelen confundir una estrella fugaz o un avión, provisto de sus reglamentarias luces intermitentes de posición o sus faros de aterrizaje, con un ovni. Esas personas comprenden en el acto que no están viendo algo normal y corriente. 

Descartados como dije los embusteros, los individuos en estado de embriaguez o drogados cuya mente intoxicada pudiese producirles alucinaciones, y los enfermos mentales con síntomas similares cuyas declaraciones no son tenidas en cuenta. 

Y agotado el empleo de explicaciones profusas como la de interpretaciones erróneas de nuestra percepción en el momento de avistar aviones y otros vehículos aéreos humanos, la de meteoritos y bólidos espectaculares, espejismos de complicada génesis, reflejos aparatosos o fenómenos atmosféricos extraordinarios, como auroras boreales, fuego de santelmo o el misterioso rayo bola, también llamado centella; este último, una rara manifestación eléctrica natural que los científicos admiten como cierto desde hace un par de siglos pese a que no ha sido posible su reproducción ideal en laboratorio. 

Incluso, tras considerar también la posibilidad de fenómenos paranormales aunque no parezca que sea el espacio aéreo su ámbito normal de manifestación y ello además nos cree la controversia de estar alejándonos de la explicación racional, aún nos restarían muchísimos casos sin resolver que representarían genuinamente el campo del enigma ovni, en fin, el que viene preocupando a los representantes de los estados más poderosos del planeta. 

Sin descartar en absoluto que seres de origen extraterrestre, pilotando extraños aparatos de incierta tecnología nos visiten, desde hace relativamente poco o quizás desde hace milenios, o simplemente compartan con nosotros este mismo planeta sin querer inmiscuirse en nuestros asuntos para nada, y desde ese punto de vista incluso haríamos mal en llamarles extraterrestres─ tal vez “intraterrestres” sería una opción siguiendo los postulados de la fantástica teoría de la “Tierra hueca”─ quiero hablaros de otra posibilidad hace tiempo ya propuesta que no me parece nada descabellada. 

Y esta vendría además a cuento ya que la hipótesis de la presencia de seres venidos de otros mundos no acaba de ser tomada en serio por el mundo científico más ortodoxo, siendo incluso “imposible” para algunos doctos técnicos, admitiendo que existieran aquellos, la posibilidad del inmenso viaje, sin pararse un momento a pensar que nuestra incipiente tecnología, seguramente en pañales, ha sido capaz de llevar al hombre a la Luna ya hace la friolera de 49 años y a nuestras naves no tripuladas hasta los confines del Sistema Solar, e incapaces de imaginar lo que podrían llevar a cabo seres al menos tan inteligentes como nosotros que nos sacaran mil o diez mil años de adelanto. 

Además, así soslayaríamos el argumento de que los contactos, los avistamientos, parecen más bien fruto de la casualidad y no obedecen aparentemente a patrones inteligentes, sino que por el contrario son caóticos en su distribución, sin plan ni concierto salvo el de la patente cicatería a la hora de mostrarse abiertamente a grandes masas de público, no resultando coherentes sus anárquicas apariciones con la de la llegada o permanencia en este planeta de una civilización extraña a la nuestra, tanto si quisiese pasar inadvertida, cosa que podría sobradamente hacer en base a su supuesta tecnología superior, o pretendiese mostrarse francamente a los terrícolas, extremo que evidentemente no llevan a cabo. 

Como decía más arriba, teniendo en cuenta las anteriores premisas y también algunos detalles de numerosos avistamientos, ha surgido la teoría, no ahora sino hace ya muchos años, de que los ovnis, gran parte de ellos, un altísimo porcentaje de los inexplicados─ el resto de esos podrían ser en efecto naves espaciales o un fenómeno natural aún desconocido─ serían en realidad seres vivos, de muy extraña conformación, es cierto, que habitarían las altas capas de la atmósfera, descendiendo de forma esporádica hasta la superficie de la Tierra. 

Uno de los primeros en teorizar sobre una fauna desconocida residente en la alta atmósfera e incluso en el espacio exterior, fue el marino, escritor y ufólogo Trevor James Constable, que llamó a esos entes, por influencia de la Criptozoología, la pseudociencia que se ocupa de la busqueda de animales míticos cuya existencia no ha sido probada, “critters del cielo” y también “amoebae constablea” por la apariencia de grandes amebas que, según él, presentaban. 

Por las mismas fechas, o poco antes, en que Constable iniciaba la elaboración de su teoría, la condesa Zoë Wassilko von Serecki, escritora y parapsicóloga, había hecho también lo propio desarrollándola en un interesante artículo publicado en 1955 en la revista “Inconnue”, dándole un nuevo impulso dos años más tarde, el celebre biólogo, escritor y explorador criptólogo Iván Sanderson. Todos estos valientes teóricos a los que habría que añadir otros pocos, como John Besso, que generalizó el término “medusas espaciales”, John Cage, que elucubró sobre el tipo de energía electronegativa que podía animar a estos entes, etc, pusieron en riesgo su reputación ante la ciencia oficial por atreverse a plantear tan atrevidas hipótesis. 

Unos decenios después, un científico de la talla de Carl Sagán, postuló sobre la posibilidad de que en los grandes planetas gaseosos de nuestro Sistema Solar, más concretamente Júpiter, se diese una población de seres vivos constituidos principalmente por gases y con estructuras sólidas mínimas que le sirviesen como soporte vital, entes extremadamente livianos, enrarecidos, de escasísima masa en relación a su tamaño, que flotasen en esas atmósferas y se nutriesen de algún tipo de energía como por ejemplo la solar o la resultante de reacciones químicas, al menos los que ocupaban la base de la pirámide alimenticia, los que denominó “buceadores” o “hundientes” y quizás también los siguientes en la escala evolutiva, los “flotantes”, mientras que los llamados “cazadores” depredarían a los intermedios. 

De existir, puesto que nada hay probado, por ejemplo en nuestro planeta, una de sus particularidades más señalada sería precisamente la de su composición, mayoritariamente gaseosa, predominando el hidrógeno que le haría más ligero que su entorno, pero también participarían los normales componentes del aire, nitrógeno, oxígeno, CO2, vapor de agua… y quizás algunas estructuras sólidas de materia orgánica muy tenue… 

Entre todas las aportaciones de los investigadores citados, se han llegado a definir algunas de sus características físicas como el tamaño, muy variable, entre unos decímetros de diámetro y varios cientos de metros, su forma un tanto irregular y cambiante según las circunstancias. Por ejemplo algunos testigos e incluso fotografías dan a estos seres cierto aspecto de medusa, de gusano, o simplemente globular o lenticular. 

Invisibles, al menos en el espectro que perciben nuestros ojos, o semitransparentes en ocasiones, mientras que en otras ofrecerían un aspecto metálico. Luminosos al reflejar su hipotética membrana exterior la luz del Sol u otros focos naturales. Incluso se especula que su aspecto a veces ardiente pudiera ser debido a combustiones internas por ejemplo del hidrógeno que contienen. Capaces de desplazarse verticalmente al modificar a voluntad su densidad, y horizontalmente aprovechando los vientos o incluso mediante la expulsión de un chorro de gases, como haría por ejemplo un pulpo en el mar, o, hipótesis más atrevida, mediante una especie de energía desconocida como la telequinética, con lo que conseguirían esas grandes velocidades que también se les atribuye. 

Se alimentarían de energía solar quizás, como los vegetales a fin de cuentas, aunque también se especula, desde que hace poco tiempo, científicos demostraron la presencia de bacterias en la zona alta de la atmósfera, que puedan nutrirse de algún tipo de plancton aéreo. O tal vez de ciertos gases… 

No se argumenta sobre su longevidad ni forma de reproducción, pero sí se ha ponderado que probablemente a su muerte sus componentes deben disiparse en la atmósfera sin que llegue a tierra otra cosa que partículas de polvo residuo de su escasa materia sólida. Eso explicaría el que jamás, dicho con reparos, se hubiese encontrado ese extraño cadáver. 

Digo con reparos, puesto que algunos indicios de tejidos orgánicos extraños en descomposición se han descubierto puntualmente a lo largo de la historia, noticias insólitas que recogió por ejemplo en su inmenso archivo el investigador de los fenómenos extraordinarios e inexplicables, Charles Fort. Hablamos entre otros hallazgos, de la denominada “jalea astral”, masa gelatinosa, o del “cabello de ángel”, especie de telaraña, substancias siempre relacionadas con las lluvias de meteoritos o los avistamientos de OVNI,s. 

Estos residuos de los que hablamos podrían ser parte de la leve estructura orgánica de estos seres cuya constitución, han llegado a aventurar sus estudiosos, podría ser de silicones coloidales, es decir estaría basada en el átomo de silicio. Así pues, se trataría de formas de vida animadas por una energía de tipo eléctrico concentrada alrededor de un núcleo o cuerpo de materia altamente atenuada, cuya sección principal la integraría una membrana contenedora de los componentes gaseosos que representarían la mayor parte de su masa. 

El periodista e investigador mejicano Jaime Maussan ha bautizado a la hipotética criatura con el nombre de EBANI, entidad biológica aérea no identificada, denominación que ha causado alguna controversia pero que resulta válida a falta de otra mejor. Otra posible hubiera sido por ejemplo entidad voladora orgánica no catalogada, EVONC. 

Lo que me parece terrible y detestable, es que se les denomine de forma creciente en las redes como animales del cielo o espaciales y, aún peor, bestias atmosféricas. Lo de animal, lo de bestia sobre todo, tiene tal carga peyorativa que es como ponerles a priori la etiqueta de ser inferior “pisoteable” por el noble y superior ser humano, todavía sin conocerlo ni saber nada de él. Situarle entre los otros pobres seres vivos que tenemos derecho a cazar, por deporte, a comernos para regodeo de los paladares de sibaritas glotones, a capturar para diseccionar y ensayar con su salud en aras de la ciencia y sobre todo de la vanagloria de macabros científicos, o a utilizar, si se prestan, en algún sanguinario juego donde puedan lucirse y enriquecerse los gladiadores de turno. Penoso verdad, pues a lo mejor es todo ese repertorio de crueldades tenebrosas las que ponen los pelos de punta a nuestros hipotéticos visitantes inteligentes. ¡Quiera el Cielo que no sean como nosotros! 

Volviendo a los EBANI,s, no deseo alarmaros con su posible existencia, salvo algunas pocas indemostrables elucubraciones sobre su peligrosidad, de la que no se ha aportado la más mínima prueba, se les juzga en general absolutamente inofensivos, en ocasiones curiosos y juguetones, en otras tímidos y asustadizos, se les presume dotados de una inteligencia semejante al menos a la de un delfín, que no es poca cosa, y adornados de una sensibilidad a los sentimientos humanos que sorprende. 

Es curioso que estos seres empezaran a proliferar, vamos sus avistamientos, y suponiendo que fueran protagonizados por ellos, desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial o, mucho más a su término, que es lo mismo que decir en el inicio de la “Era Atómica”, tras lo de Hiroshima y Nagasaki, cuando la contaminación terrestre, marina y aérea se disparó en todos los órdenes. 

Primero fueron los foo-fighter o luminarias, esas bolas de fuego que, en puntuales e imprevistas ocasiones pero de forma creciente, acompañaban a los aviones de ambos bandos en sus misiones, sin interaccionar con ellos pero haciendo demostraciones de increíbles velocidades y aceleraciones. 

Y tras la contienda, el fenómeno lejos de remitir, arreció. Fue en 1947 cuando se acuñó el término “flying saucer” ─platillo volante─ por parte del piloto Kenneth Arnold, y empieza la era OVNI. Me atrevo a conjeturar, y esto es de mi cosecha, que fuera ese el momento en que, si no estaban antes, “alguien” los trajera desde otro lugar hasta nuestro planeta. Solo es una corazonada… esos seres aéreos, ¿nos están limpiando la “jaula”? ¿Se están alimentando de la porquería y veneno que volcamos constantemente a la atmósfera, ya que nosotros mismos somos incapaces de evitarlo, para que no muramos asfixiados en nuestra propia ponzoña? … 

Por cierto, ¿saben que cada año se llegan a descubrir hasta veinte mil nuevas especies de seres vivos en el mundo?, ¿y que se han hallado formas de vida extremófilas sobreviviendo a la congelación de los hielos polares o entre las cenizas volcánicas? 

Conocemos muy poquito. Ahí lo dejo… 



Antonio Castillo-Olivares Reixa 

Móstoles, 23/08/18